viernes, 12 de julio de 2013

Marx, K.: “La Ideología Alemana”



A.- LA IDEOLOGÍA EN GENERAL, Y LA IDEOLOGÍA ALEMANA EN PARTICULAR
La crítica alemana no se ha salido nunca del terreno de la filosofía. Todos sus problemas brotan sobre el terreno de un determinado sistema filosófico, del sistema hegeliano. No solo sus respuestas, sino también los problemas mismos, llevan consigo un engaño. La polémica contra Hegel y la de los unos contra los otros se limita a que cada uno de ellos destaque un aspecto del sistema hegeliano y lo contraponga contra el sistema en su conjunto y contra los aspectos que destacan los demás.
Toda la crítica filosófica alemana se limita a la crítica de las ideas religiosas. Se partía como premisa del imperio de la religión. Poco a poco, toda relación dominante se explicaba como una relación religiosa y se convertía en culto, en culto del derecho, del Estado, etc.
Los viejos hegelianos comprendían todo una vez que lo reducían a una de las categorías lógicas de Hegel. Los neo hegelianos lo criticaban todo si más que deslizar por debajo de ello ideas religiosas o declararlo como algo teológico. Ambos coincidían en el imperio de la religión, de los conceptos, de lo general, dentro del mundo existente. La única diferencia era que los unos combatían como usurpación el poder que los otros reconocían y aclamaban como legítimo.
A ninguno de estos filósofos se le ha ocurrido siquiera preguntar por el entroque de la filosofía alemana con la realidad de Alemania, por el entroque de su crítica con el propio mundo material que la rodea.
Las premisas de las que partimos no tienen nada arbitrario, no son ninguna clase de dogmas, sino premisas reales, de las que solo es posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y su condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se han encontrado como las engendradas por su propia acción. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica.
La primera premisa es la existencia de individuos humanos vivientes, y su organización corpórea y su relación con la naturaleza. Este se diferencia de los animales a partir del momento mismo en que empieza a producir sus propios medios de vida.
El modo de producción no debe considerarse solamente como reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Tal como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que son coincide con tanto con lo que producen como con el modo en que lo producen. Lo que los individuos son depende entonces de las condiciones materiales de su producción.
Esta producción solo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su vez, un intercambio entre los individuos. La forma de este intercambio se halla condicionada, a su vez, por la producción.
Las relaciones entre unas naciones y otras, dependen de la extensión en que cada una de ellas haya desarrollado sus fuerzas productivas, la división del trabajo y el intercambio interior. Toda la la estructura interna de cada nación depende del grado de desarrollo de su producción y de su intercambio interior y exterior.
La división del trabajo se traduce en la separación del trabajo industrial y comercial con respecto al trabajo agrícola y, con ello, en la separación de la ciudad y el campoo y en la contradicción de los intereses entre uno y otro.
Las diferentes formas de desarrollo de la división del trabajo son otras tantas formas distintas de la propiedad, cada etapa de la división del trabajo determina también las relaciones de los individuos entre sí, en lo tocante al material, el instrumento, y el producto del trabajo.
La primera forma de la propiedad es la propiedad de la tribu. Corresponde a la fase incipiente de la producción en que el pueblo se nutre de la caza y de la pesca. La división del trabajo se encuentro muy poco desarrollada y no es más que la extensión de la división natural del trabajo existente en el seno de la familia.
La segunda forma está representada por la antigua propiedad comunal y estatal que brota como resultado de la fusión de diversas tribus para formar una ciudad mediante acuerdo voluntario o por conquista y en la que sigue existiendo la esclavitud. Va desarrollándose la propiedad privada mobiliaria y más tarde la inmobiliaria. Los ciudadanos del estado solo pueden ejercer su poder sobre los esclavos. Se encuentran obligados a permanecer unidos por la propiedad privada en común de los ciudadanos activos del estado.
La división del trabajo aparece ya aquí más desarrollada. Nos encontramos ya con la contradicción entre la ciudad y el campo y, más tarde, con la contradicción entre estados que representan, de una y otra parte, los intereses de la vida urbana y los de la vida rural, y dentro de las mismas ciudades con la contradicción entre la industria y el comercio marítimo. La relación de clases entre ciudadanos y esclavos ha alcanzado ya su pleno desarrollo.
Con el desarrollo de la propiedad privada, de una parte surge la concentración, que en roma aparece desde muy pronto; de otra parte la transformación de los pequeños campesinos plebeyos en un proletariado, que nunca llega a adquirir un desarrollo independiente.
La tercera forma es la propiedad feudal o por estamentos. Tenía como punto de partida el campo. Condicionada por la escasa población.
A esta organización feudal de la propiedad territorial correspondía en las ciudades la propiedad corporativa, la organización feudal del artesanado. Aquí, la propiedad estribaba, fundamentalmente, en el trabajo de cada uno. La necesidad de asociarse para hacer frente a la nobleza rapaz asociada.
La forma fundamental de la propiedad era la de la propiedad territorial con el trabajo de los siervos a ella vinculados, de una parte,, y de otra el trabajo propio con un pequeño capital que dominaba el trabajo de los oficiales de los gremios. La división del trabajo se desarrolló muy poco durante el feudalismo. Todo llevaba en sus entrañas la contradicción entre el campo y la ciudad.
Nos encontramos pues con el hecho de que determinados individuos, que, como productores, actúan de un determinado modo, contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de falsificación, la trabazón existente entre la organización social y la producción. La organización social y el estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad.
La producción de las ideas y representaciones, de la conciencia, aparece al principio directamente entrelazada con la actividad material y el comercio material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se presentan todavía, aquí como encarnación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, pero los hombres reales y actuantes, tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias. La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres en el proceso de la vida real.
Se parte del hombre que realmente actúa y, arrancado de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos de los ecos de este proceso de vida. La moral, la religión, la metafísica, y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden, pierde así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como del individuo viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que corresponde a la vida real, se parte del mismo individuo real viviente y se considera la conciencia solamente como su conciencia.
Este modo de considerar las cosas no es algo incondicional. Parte de las condiciones reales y no las pierde de vista ni por un momento. Sus condiciones son los hombres, pero no vistos y plasmados a través de la fantasía, sino en su proceso de desarrollo real y empíricamente registrable, bajo la acción de determinadas condiciones.
Allí donde termina la especulación, en la vida real, comienza también la ciencia real positiva, la exposición de la acción práctica, del proceso práctico de desarrollo de los hombres. Terminan allí las frases sobre la conciencia y pasa a ocupar su sitio el saber real. La filosofía independiente pierde, con la exposición de la realidad, el medio en que puede existir.
La dificultad comienza allí donde se aborda la consideración y ordenación del material, sea el de una época pasada o el del presente, la exposición real de las cosas.
Marx destaca algunas abstracciones y las contrapone a la ideología. Ilustra con ejemplos históricos.
HISTORIA
El primer hecho histórico es la producción de los medios indispensables para la satisfacción de las necesidades, es decir, la producción de la vida material misma. Los historiadores alemanes nunca han mirado esto.
Lo segundo es que la satisfacción de esta primera necesidad, la acción de satisfacerla y la adquisición del instrumento necesario para ello conduce a nuevas necesidades, y esta creación de necesidades nuevas constituye el primer hecho histórico.
El tercer hecho histórico es el de que los hombres que renuevan diariamente su propia vida comienzan al mismo tiempo a crear otros hombres, a procrear: es la relación entre hombre y mujer, entre padres e hijos, la familia.
Estos tres aspectos de la vida social no deben considerarse como tres fases distintas, sino sencillamente como tres aspectos o momentos que han existido desde el principio de la historia y desde el primer hombre que todavía hoy sigue rigiendo en la historia.
La producción de la vida se manifiesta inmediatamente como una doble relación (natural y social): social en el sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversos individuos, cualesquiera que sean sus condiciones, de cualquier modo y para cualquier fin. De donde se desprende que un determinado modo de producción lleva siempre aparejado un determinado modo de cooperación o una determinada fase social; modo de producción que es una fuerza productiva; que la suma de las fuerzas productivas accesibles al hombre condiciona el estado social, y que por lo tanto la historia de la humanidad debe estudiarse y elaborarse siempre en conexión con laa historia de la industria y del intercambio.
Pero el hombre también tiene conciencia. Pero tampoco de antemano esta es conciencia pura. La conciencia es ya de antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos. La conciencia es ante todo, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensible que nos rodea y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente  de sí mismo; y es, consciencia de la naturaleza.
Vemos aquí que esta religión natural o  este determinado comportamiento hacia la naturaleza se hallan determinados por la forma social, y a la inversa. En la conciencia de la necesidad de entablar relaciones con otros es el comienzo de la conciencia de que el hombre vive dentro de una sociedad.
Esta conciencia gregaria o tribual se desarrolla y perfecciona después, al aumentar la producción, al acrecentarse las necesidades y al multiplicarse la población. De este modo se desarrolla la división del trabajo. Que solo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo físico y el intelectual. Desde este instante puede imaginarse la conciencia que es algo más que y distinto de la conciencia práctica existente. Desde este instante se halla en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría pura.
Los tres momentos, la fuerza productora, el estado social, y la conciencia, pueden y deben entrar en contradicción entre sí, ya que, con la división del trabajo, se da la posibilidad, más aún, la realidad de que las actividades espirituales y materiales, el disfrute y el trabajo, la producción y el consumo, se asignen a diferentes individuos, y la posibilidad de que no caigan en contradicción reside solamente en que vuelva a abandonarse la división del trabajo.
Con la división del trabajo que lleva implícitas todas estas contradicciones, se da la distribución desigual del trabajo y de sus productos. La esclavitud, latente en la familia, es la primera forma de propiedad. División del trabajo y propiedad privada son términos idénticos: uno de ellos dice, referido a la esclavitud, lo mismo que el otro referido al producto de esta.
La división del trabajo lleva aparejada, la contradicción entre el interés del individuo y su familia, y el interés común de todos los individuos relacionados entre sí, interés común que no existe tan sólo en la idea, sino que se presenta en la realidad, ante todo, como una relación de mutua dependencia de los individuos entre quienes aparece dividido el trabajo. La división del trabajo nos brinda ya el ejemplo de cómo los actos propios del hombre s erigen ante  él en un poder ajeno y hostil, que le sojuzga, en vez de ser él quien los domine.
Uno de los momentos fundamentales que se destacan en el desarrollo histórico anterior, precisamente por virtud de la contradicción entre el interés común y el particular, cobra el interés común, en cuanto Estado, una forma propia e independiente, separada de los reales intereses particulares y colectivos y, al mismo tiempo, como una comunidad ilusoria, pero siempre sobre la base real de los vínculos existentes, dentro de cada conglomerado familiar y tribual.
De aquí se desprende que todas las luchas que se liberan dentro del Estado, la lucha entre a democracia, la aristocracia, etc. no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases. Y se desprende que toda clase que aspire a implantar la dominación, tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar su interés como el interés general, cosa a que en el primer momento se ve obligada.
El poder social se vuelve un poder enajenado, ajeno, al margen de los individuos, que ya no se puede dominar. Con esta enajenación se puede acabar partiendo de dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder insoportable, es necesario que engendre una masa de la humanidad como absolutamente desposeída y, a la par con ello, en contradicción con un mundo existente de riqueza y de cultura, lo que presupone, un gran incremento de la fuerza productiva.
El comunismo es el movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Su acción y la del proletariado, solo puede llegar a cobrar realidad como existencia histórico-universal.
SOBRE LA PRODUCCIÓN DE LA CONCIENCIA
La verdadera riqueza espiritual del individuo depende totalmente de riqueza de sus relaciones reales.
La dependencia total, forma natural de la cooperación histórico-universal de los individuos, se convierte, gracias a la revolución comunista, en el control y la dominación consciente sobre estos poderes, que, nacidos de la acción de unos hombres sobre otros, hasta ahora han venido imponiéndose a ellos, aterrándolos y dominándolos, como potencias absolutamente extrañas.
Esta concepción de la historia consiste en exponer el proceso real de producción, partiendo para ello de la producción material de la vida inmediata, y en concebir la forma de intercambio correspondiente a este modo de producción y engendrada por él, es decir, la sociedad civil en sus diferentes fases, como el fundamento de toda la historia, presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando en Base a ella todos los diversos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía la moral, etc, así como estudiando a partir de esas premisas su proceso de nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer las cosas en su totalidad.
Se trata de mantenerse siempre sobre el terreno histórico real, de no explicar la práctica partiendo de la idea de explicar las formaciones ideológicas sobre la base de la práctica material, sino que solo pueden disolverse por el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales, de que emanan estas quimeras edealistas; de que la fuerza propulsora de la historia, incluso la de la religión, la filosofía, y toda otra teoría, no es la crítica, sino la revolución. En cada una de las fases de la historia se encuentra un resultado material.
Estas condiciones de vida con que las diferentes generaciones se encuentran al nacer deciden también si las conmociones revolucionarias, que periódicamente se repiten en la historia serán o no lo suficientemente fuertes para derrocar la base de todo lo existente.
La filosofía hegeliana de la historia es la última consecuencia, llevada a su expresión más pura de toda esta historiografía alemana, que no gira en torno a los intereses reales, ni siquiera a los intereses políticos, sino en torno a los pensamientos puros. Esta concepción es realmente religiosa; presenta al hombre religioso como el proto-hombre de quien arranca toda la historia y, dejándose llevar de su imaginación, suplanta la producción real de los medios de vida  y de la vida misma por la producción de quimeras religiosas.
Para la masa de los hombres, para el proletariado, estas ideas teóricas no existen y no necesitan, por tanto, ser eliminadas y aunque esta masa haya podido profesar alguna vez ideas teóricas de este tipo, por ejemplo las religiosas, hace ya mucho tiempo que las circunstancias se han encargado de eliminarlas.
La historia no es sino la sucesión de las diferentes generaciones, cada una de las cuales explota los materiales, capitales y fuerzas productivas por cuantas la han precedido; es decir, que por una  parte prosigue en condiciones completamente distintas la actividad precedente, mientras que, por otra parte, modifica las circunstancias anteriores mediante una actividad totalmente diversa.
Las ideas de la clase dominante, son las ideas dominantes en cada época; o dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo por el término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ello.
Los individuos que forman parte de la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase, se comprende que lo hagan en toda su extensión.
La división del trabajo se manifiesta en el seno de la clase dominante como división del trabajo físico e intelectual, de tal modo que una parte de esta clase se revela como la que da sus pensadores, mientras que los demás adoptan ante estas ideas e ilusiones una actitud más bien pasiva y receptiva.
Por tanto, todo el truco que consiste en demostrar el alto imperio del espíritu en la historia se reduce a los tres esfuerzos siguientes:
  1. Desglosar las ideas de los individuos dominantes, que dominan por razones empíricas, bajo condiciones empíricas y como individuos materiales, de estos individuos dominantes, reconociendo con ello el imperio de las ideas o las ilusiones en la historia.
  2. Introducir en este imperio de las ideas un orden, demostrar la existencia de una trabazón mística entre las ideas sucesivamente dominantes, lo que se logra concibiéndolas como autodeterminaciones del concepto.
  3. Para eliminar la apariencia mística de este concepto que se determina así mismo, se lo convierte en una persona – la auto-conciencia – o, si se quiere aparecer como muy materialista, en una serie de personas representantes del concepto en la historia, en los pensadores, los filósofos, los ideólogos, concebidos a su vez como los fabricantes de la historia. Con lo cual habremos eliminado de la historia todos los elementos materialistas y podremos soltar tranquilamente las riendas al potro especulativo. 
Critica a Feuerbach
Está muy equivocado cuando se declara comunista al calificarse como hombre común. Aspira a crear una conciencia de un hecho existente, de la necesidad de los hombres entre sí, mientras que al verdadero comunista le interesa derrocar lo existente.
Para Feuerbach el ser de una cosa o del hombre es su esencia. Las relaciones que forman su actividad constituyen aquello en que su esencia se siente satisfecha.
La concepción feuerbachiana se limita a la contemplación de lo sensible: no ve que el mundo es un producto histórico, dado por el desarrollo social, industrial y del intercambio. Feuerbach ve al hombre como objeto sensible, cuando es, también, actividad sensible;  Feuerbach está por fuera de la relación social de los hombres, de las condiciones materiales de vida que lo han hecho: no llega al hombre real, se queda con el concepto abstracto.
No ofrece crítica a las condiciones de vida actuales. Se ve obligado a reincidir en el Idealismo, en su concepción materialismo e historia están divorciados.
La historia es la sucesión de las diferentes generaciones que explotan los materiales, capitales y fuerzas productivas transmitidas por cuantas las han precedido.
Las ideas de la clase dominante (que posee los medios de producción material) son las ideas dominantes de cada época (poseen los medios de producción espiritual).
Son la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las relaciones de dominación concebidas como ideas.
Los individuos de la clase dominante tienen conciencia de ello y por eso dominan en toda su extensión, como pensadores, productores de ideas y reguladores de la producción de ideas. En el seno de la clase dominante se da una división del trabajo físico e intelectual. Las ideas de la clase dominante se convierten en algo aparte e independiente de ella, así imagina la clase que las ideas dominan la historia: como autodeterminación donde las relaciones humanas derivan del hombre como esencia (filosofía especulativa)
Cada nueva clase dominante debe presentar su interés como el común, en término de ideas, presentándolas como las únicas racionales y vigentes.
La clase revolucionaria representa a toda la sociedad frente a la clase dominante.