3- MÁS ALLÁ DE LA POSIBILIDAD DE LOS SOCIAL: ANTAGONISMO Y HEGEMONÍA
Se trata de construir teóricamente el concepto de hegemonía. Este supone un
campo teórico dominado por la categoría de articulación. Y ésta supone
la posibilidad de especificar separadamente la identidad de los elementos
articulados.
Si la articulación es una práctica supone alguna forma de presencia
separada de los elementos que la práctica articula o recompone. Los elementos
sobre los que operan las prácticas articulatorias fueron inicialmente
especificados como fragmentos de una totalidad estructural u orgánica perdida.
El colapso, a partir del SXVII, de la concepción del cosmos como un orden
significativo dentro del cual el hombre ocupa un lugar determinado y preciso, y
su reemplazo por una concepción del sujeto como auto definido, como una entidad
que mantiene relaciones de exterioridad
con el resto del universo da lugar en la generación romántica del Strum und
Drang a una búsqueda anhelosa de la unidad perdida, de una nueva síntesis que
permita vencer la división. La visión del hombre como expresión de una
totalidad integral trata de romper con todos los dualismos. Esta experiencia de
disociación era concebida por los románticos como estrictamente ligada a la
diferenciación funcional y a la división de la sociedad en clases, a la
creciente complejidad de un estado burocrático que asumía las relaciones de
exterioridad con las otras esferas de la vida social.
La unidad que puede ser considerada como articulación es una organización
contingente, externa a los fragmentos. Otro tipo de unidad puede ser una
mediación, en donde tanto los fragmentos como la organización son considerados
como momentos necesarios de una totalidad que los trasciende. Las distancias entre una y otra
se han presentado en los discursos filosóficos, más que como una clara
divisoria de agua, como una nebulosa zona de ambigüedades.
Esta es la ambigüedad que presenta el pensamiento de Hegel. Su obra
constituye el momento más alto del romanticismo alemán y, a la vez, la primera
reflexión moderna acerca de la sociedad (posiluminista). Hegel aparece ubicado en la divisoria de aguas
entre dos épocas. En un sentido es el punto más alto del racionalismo: la
historia y la sociedad tienen una estructura racional e inteligible. Pero, en
un segundo sentido, esta síntesis presenta todas las semillas de su disolución,
dado que la racionalidad de la historia sólo ha podido ser afirmada al precio
de reintroducir la contradicción en el campo de la razón. Bastará con mostrara
que esta operación es imposible, para que el discurso hegeliano comience a
presentarse como una serie de transiciones contingentes y no lógicas. Es aquí,
precisamente, donde reside la modernidad de Hegel: ninguna identidad es, para
él, positiva y cerrada en sí misma, sino que se constituye como transición,
relación, diferencia. Se trata de articulaciones. En la tradición marxista,
esta zona de ambigüedad se muestra en los usos discursivos contradictorios que
han hecho del concepto de dialéctica.
Esta ambigüedad en la dialéctica es la primera que se debe disolver. Hay
que considerar a la apertura de lo social como constitutiva, como esencia
negativa de lo existente, y a los diversos órdenes sociales como intentos
precarios y en última instancia fallidos de domesticar el campo de las
diferencias. No puede el orden social ser concebido como un principio
subyacente. No existe un espacio suturado que podamos concebir como una sociedad,
ya que lo social carecería de esencia.
Una concepción que niegue todo enfoque esencialista de las relaciones
sociales debe también afirmar el carácter precario de las identidades y la
imposibilidad de fijar el sentido de los elementos en ninguna literalidad
última. Esto nos indica el sentido en
que podemos hablar de fragmentación.
Un conjunto de elementos aparecen fragmentados o dispersos sólo desde el
punto de vista de un discurso que postule la unidad entre los mismos. Una
estructura discursiva no es una entidad meramente cognoscitiva o contemplativa;
es una práctica articulatoria que constituye y organiza las relaciones
sociales. Las sociedades industriales avanzadas se constituyen en torno a una
asimetría fundamental: la existente entre una creciente proliferación de
diferencias, por un lado, y por otro, las dificultades que encuentra toda
práctica que intenta fijar esas diferencias como momentos de una estructura
articulatoria estable.
El concepto de articulación habrá de darnos el punto de partida para
elaborar el concepto de hegemonía. La construcción teórica de esta categoría
requiere dos pasos: fundar la posibilidad de especificar los elementos que
entran en relación articulatoria y determinar la especificidad del momento
relacional en que la articulación como tal consiste.
FORMACIÓ SOCIAL Y SOBREDETERRMINACIÓN
La complejidad althusseriana es la inherente a un proceso de
sobredeterminación. Este es el concepto clave introducido por Althusser. Los
tomó del psicoanálisis y la lingüística.
Para Freud la sobredeterminación es un tipo de fusión muy precisa, que
supone formas de reenvío simbólico y una pluralidad de sentidos. Se constituye
en el campo del lo simbólico, y carece de toda significación al margen del
mismo. Por consiguiente el sentido potencial que tiene la afirmación
althusseriana de que no hay nada en lo social que no esté sobredeterminado, es
la aserción de que lo social se constituye como orden simbólico. El carácter
simbólico de las relaciones sociales implica, que estas carecen de una
literalidad última que las reduciría a momentos necesarios de una ley
inmanente. No habría pues dos planos, uno de las esencias y otro de las
apariencias, dado que no habría la posibilidad de fijar un sentido literal
último, frente al cual lo simbólico se constituiría como plano de significación
segunda y derivada. La sociedad y los agentes sociales carecerían de esencia, y
sus regularidades consistirían tan solo en las formas relativas y precarias de
fijación que han acompañado a la instauración de un cierto orden. A partir de
este punto, parecería abrirse la posibilidad de elaborar un nuevo concepto de
articulación fundado en el carácter sobredeterminado de las relaciones
sociales.
Si el concepto de sobredeterminación no pudo producir la totalidad de sus efectos deconstructivos en
el interior de discurso marxista fue porque desde el comienzo se lo intentó
hacer compatible con otro momento central del discurso althusseriano, que es,
en rigor contradictorio con el primero: la determinación en última instancia
por la economía.
Sin embargo para Althusser no hay realidad que no sea sobredeterminada.
Pero recae en el vicio que critica: hay un objeto universal abstracto, la
economía, que produce efectos concretos, determinación en última instancia,
aquí y ahora. Frente a esto, solo puede deducirse que el campo de la
sobredeterminación es sumamente limitado: es el campo de la variación
contingente frente a la determinación esencial. Es decir, que estamos
enfrentados en el mismo dualismo que hemos visto reproducirse desde fines del
SXIX en el campo de la discursividad marxista.
La crítica a una línea de pensamiento será la que proveerá de una base
distinta para construir el propio concepto de articulación. Esta línea apuntó a
la idea de probar la inconsistencia lógica de los lazos necesarios que se
postulaban entre los elementos de la totalidad social. Y en mostrar la
imposibilidad del objeto sociedad como totalidad racionalmente unificada. La
consecuencia fue que la crítica al racionalismo originario se verificó en un
campo que aceptaba los supuestos analíticos del racionalismo, a la vez que
negaba la posibilidad de una concepción racionalista de lo social. El resultado
fue que el concepto de articulación resultaba impensable.
Las críticas al paradigma racionalista althusseriano proponen una
concepción de la formación social que especifica ciertos objetos de discurso
marxista clásico (relaciones de producción, fuerzas productivas, etc.) y que re
conceptualiza la relación entre dichos objetos en términos de asegurar las
condiciones de existencia. Intentaremos mostrar: a) que el criterio de
especificación de os objetos es ilegítimo; b) que la conceptualización de la
relación entre los mismo en términos de asegurar las condiciones de existencia
no provee ningún concepto de articulación.
Se está efectuando una doble trasposición discursiva ilegítima. Por un lado
se está sosteniendo que ciertos discursos y prácticas institucionales concretas
aseguran las condiciones de una entidad abstracta perteneciente a otro orden
discursivo; por otro lado, se está usando el objeto especificado en un discurso
como nombre (relaciones de producción capitalista) para apuntar a los objetos
constituidos por otras prácticas y discursos (los que constituyen al conjunto
de las relaciones productivas británicas).
¿Puede considerarse el “asegurar las condiciones de existencia” como una
articulación de elementos? Es evidente que no. Asegurar la condición de
existencia de algo es llenar un requerimiento lógico de la existencia de un
objeto, pero no constituye una relación de existencia entre dos objetos.
Es necesario pasar a un terreno diferente si se quiere pensar la
especificidad de la relación de articulación. Si nos movemos tan solo dentro de
la alternativa excluyente “relaciones esenciales o identidades no
relacionales”, todo análisis social consiste en un espejismo: .en la búsqueda
de esos elusivos átomos lógicos que sería irreductibles a toda división
ulterior.
Desde el instante en que la crítica al racionalismo althusseriano adoptara
la forma de una crítica de las conexiones lógicas que aquel postulara entre los
diversos elementos de la totalidad, la situación insatisfactoria estaba
predeterminada desde un comienzo.
En la formulación althusseriana original había el anuncio de una empresa
teórica muy distinta: la de romper con el esencialismo ortodoxo, no a través de
la desarticulación lógica de sus categorías y de la consecuente fijación de la
identidad de los elementos desagregados, sino de la crítica a todo tipo de
fijación, de la afirmación del carácter incompleto, abierto y políticamente
negociable de toda identidad. Esta era la lógica de la sobredeterminación. Para
ella el sentido de toda identidad está sobredeterminado en la medida en que
toda literalidad aparece constitutivamente subvertida y desbordada, es decir,
en la medida en que, lejos de dejarse una totalización esencialista entre
objetos, hay una presencia de unos objetos en otros que impide fijar su
identidad. Los objetos aparecen articulados en la medida en que la presencia de
unos en otros hace imposible suturar la identidad de ninguno de ellos.
Estamos en el campo de la sobredeterminación de unas identidades por otras
y de la relegación de toda forma de fijación paradigmática al horizonte último
de la teoría. Es esta lógica específica de la sobredeterminación la debemos
ahora intentar determinar.
ARTICULACIÓN Y DISCURSO
Llamaremos articulación a
toda práctica que establece una relación tal entre elementos, que la identidad
de éstos resulta modificada como resultado de esta práctica. A la totalidad
estructurada resultante de la práctica articulatoria la llamaremos discurso.
Llamaremos momentos diferenciales, en tanto aparecen articuladas en el interior
de un discurso. Llamaremos, por el contrario, elemento a toda diferencia que no
se articula discursivamente. Estas distinciones, para ser correctamente
entendidas, requieren tres tipos de precisiones básicas: en lo que se refiere
al tipo de coherencia específica de una formación discursiva; en cuanto a las
dimensiones de lo discursivo, y en cuanto a la apertura o el cierre que una
formación discursiva presenta.
1.Una formación discursiva no se unifica ni en la coherencia lógica de sus
elementos, ni en el a priori de u sujeto trascendental, ni en un sujeto que es
fuente de sentido ni en la unidad de una experiencia. El tipo de coherencia que
atribuimos a una formación discursiva es
cercano al que caracteriza al concepto de formación discursiva elaborado
por Foucault: la regularidad en la dispersión. Hace de la dispersión el
principio de unidad, en la medida en que esta dispersión está gobernada por
reglas de formación, por las complejas condiciones de existencia de los
elementos dispersos. Una observación es necesaria en este punto. La formación
discursiva puede ser vista como dispersión; o desde la perspectiva de regularidad
en la dispersión y pensarse en tal sentido como conjunto de posiciones
diferenciales. Este conjunto constituye una configuración, que en ciertos
contextos de exterioridad puede ser significada como totalidad. Hay que
concentrarse en este segundo aspecto.
En una totalidad discursiva articulada, en la que todo elemento ocupa una
posición diferencial, toda identidad es relacional y dichas relaciones tienen
un carácter necesario. La necesidad no deriva de un principio subyacente, sino
de la regularidad de un sistema de posiciones estructurales. En tal sentido,
ninguna relación puede ser contingente o de exterioridad. Si la contingencia y
a articulación son posibles es porque ninguna formación discursiva es una
totalidad suturada, y porque por tanto, la fijación de los elementos en
momentos no es nunca completa.
2.Nuestro análisis rechaza la distinción entre prácticas discursivas y no
discursiva y afirma: a)que todo objeto se constituye como objeto de discurso,
en la medida en que ningún objeto se da al margen de toda superficie discursiva
de emergencia; b) que toda distinción entre los que usualmente se denominan
aspectos lingüísticos y prácticos de una práctica social, o bien son
distinciones incorrectas, o bien deben tener lugar como diferenciaciones
internas a la producción social de sentido, que se estructura bajo la forma de
totalidades discursivas.
Dos puntos deben subrayarse aquí.
- El hecho de que todo objeto se constituya como objeto de discurso no tiene nada que ver con la cuestión acerca de un mundo exterior al pensamiento. Lo que se niega no es la existencia externa al pensamiento, de dichos objetos, sino la afirmación de que ellos puedan constituirse como objetos al margen de toda condición discursiva de emergencia.
- En la raíz del prejuicio anterior se encuentra un supuesto que debemos rechazar: el carácter mental del discurso. Frente a esto afirmaremos el carácter material de toda estructura discursiva. Suponer lo contrario es aceptar una dicotomía muy clásica: la existente entre un campo objetivo constituido al margen de toda intervención discursiva y un discurso consistente en la pura expresión del pensamiento. Los elementos lingüísticos y no lingüísticos no están meramente yuxtapuestos, sino que constituyen un sistema diferencial y estructurado de posiciones –es decir, un discurso-. Las posiciones diferenciales consisten, por tanto, en una dispersión de elementos materiales muy diversos. El mundo objetivo se estructura en secuencias relacionales que no tienen un sentido finalístico y que, tampoco requieren ningún sentido precisable: basta que ciertas regularidades establezcan posiciones diferenciales para que podamos hablar de una formación discursiva. Dos importantes consecuencias se siguen de esto: la primera, que la materialidad del discurso no puede encontrar el momento de su unidad en la experiencia o la conciencia de un sujeto fundante. La segunda consecuencia es que la práctica de la articulación como fijación/dislocación de un sistema de diferencias tampoco puede consistir en meros fenómenos lingüísticos, sino que debe atravesar todo el espesor material de instituciones, rituales, prácticas de diverso orden, a través de las cuales una formación discursiva se estructura. (Ver cita en pág. 148)
- Finalmente debemos preguntarnos por el sentido y la productividad de esta centralidad que hemos asignado a la categoría de discurso. La respuesta es que a través de ella logramos una ampliación considerable del campo de la objetividad y la creación de las condiciones que nos permiten pensar numerosas relaciones. En la medida en que consideremos las relaciones sociales desde el punto de vista de un paradigma naturalista, la contradicción está excluida. Pero en la medida en que las relaciones sociales se construyen discursivamente, la contradicción pasa a ser posible.
3.Sin embargo, la transición a la totalidad relacional que hemos denominado
discurso difícilmente solucionaría nuestros problemas iniciales, si la lógica
relacional y diferencial de la totalidad discursiva se impusiera sin limitación
alguna. Todo elemento sería momento, todas serían relaciones de necesidad, y la
articulación sería imposible. Pero si aceptamos que una totalidad discursiva
nunca existe bajo la forma de una positividad
simplemente dada y delimitada, en ese caso la lógica relacional es una
lógica incompleta y penetrada por la contingencia. La transición de elementos a
momentos nunca se realiza totalmente. Se crea así una tierra de nadie que hace
posible una práctica articulatoria. En este caso no hay identidad social que
aparezca plenamente protegida de un
exterior discursivo que la deforma y le impide suturarse plenamente.
Con esto llegamos al carácter decisivo de nuestro argumento. El carácter
incompleto de toda totalidad lleva necesariamente a abandonar como terreno de
análisis el supuesto de la sociedad como totalidad suturada y autodefinida. La
sociedad no es un objeto legítimo de discurso. No hay principio subyacente
único que fije al conjunto del campo de las diferencias. La tensión irresoluble
interioridad/exterioridad es la condición de toda práctica social: la necesidad
solo existe como limitación parcial del campo de la contingencia. Es en el
terreno de esta imposibilidad tanto de la interioridad como de una exterioridad
totales, que lo social se constituye. Este campo de identidades que nunca
logran ser plenamente fijadas es el campo de la sobredeterminación.
Ni la fijación absoluta, ni la no fijación absoluta son posibles. La no
fijación: hemos hablado de discurso como sistema de identidades diferenciales.
Pero acabamos de ver que un sistema de
identidades diferenciales solo existe como limitación parcial de un exceso de
sentido que lo subvierte. Este exceso, es el terreno necesario de constitución
de toda práctica social. Lo designaremos con el nombre de campo de la
discursividad. La no posibilidad de fijación última. Implica que tiene que
haber fijaciones parciales. Para diferir, para subvertir el sentido, tiene que
haber un sentido. Lo social solo existe como esfuerzo por producir ese objeto
imposible. El discurso se constituye como intento por dominar el campo de a
discursividad, por detener el flujo de las diferencias, por constituir un
centro. Los puntos discursivos privilegiados de esta fijación parcial los denominaremos
puntos nodales. Ciertos significantes privilegiados que fijan el sentido
de la cadena significante.
Tenemos pues todos los elementos necesarios para precisar el concepto de articulación.
En la medida en que toda identidad es relacional, pero el sistema de relación
no consigue fijarse en un conjunto estable de diferencias; en la medida en que
todo discurso es subvertido por un campo de discursividad que lo desborda; en
tal caso la transición de los elementos a los momentos no puede ser nunca completa.
El estatus de los elementos es el de significantes flotantes, que no logran
ser articulados a una cadena discursiva. Y este carácter flotante penetra
finalmente a toda identidad discursiva (social). Pero si aceptamos el carácter
incompleto de toda formación discursiva y, al mismo tiempo, afirmamos el
carácter relacional de toda identidad, en ese caso, el carácter ambiguo del
significante, su no fijación a ningún significado solo puede existir en la
medida que hay una proliferación de significados. No es la pobreza de
significados, sino, al contrario, la polisemia, la que desarticula una
estructura discursiva. Esto es lo que establece la dimensión sobredeterminada,
simbólica, de toda formación social. La sociedad no consigue nunca ser idéntica
a sí misma porque todo punto nodal se constituye en el interior de una
intertextualidad que lo desborda. La práctica de la articulación consiste, por tanto, en la construcción
de puntos nodales que fijan parcialmente el sentido; y el carácter parcial de
esa fijación procede de la apertura de lo social, resultante a su vez del
constante desbordamiento de todo discurso por la infinitud del campo de la
discursividad.
Toda práctica social es, en una de sus dimensiones, articulatoria, porque
consiste siempre en a construcción de nuevas diferencias. Lo social es
articulación en la medida en que lo social no tiene esencia –en la medida en
que la “sociedad” es imposible-.
Lo contingente solo existe en el interior de lo necesario. Esta presencia
de lo contingente es lo necesario es lo que hemos llamado subversión, y se
manifiesta bajo las formas de simbolización, de metaforización, de paradoja,
que deforman y cuestionan el carácter literal de toda necesidad. La necesidad
de lo social es la necesidad propia de identidades puramente relacionales; no
la necesidad natural o la necesidad de un juicio analítico.
LA CATEGORÍA DE SUJETO
La categoría requiere distinguir dos problemas.
El primero es el cuestionamiento creciente de la constitutividad. Ha tomado
tres formas: la crítica a una concepción del sujeto que hace de él un agente
racional y transparente a sí mismo; la crítica a la supuesta unidad y
homogeneidad entre el conjunto de sus posiciones; y la crítica a la concepción
en él el origen y fundamento de las relaciones sociales.
Siempre que utilicemos la categoría de sujeto, lo haremos en el sentido de posiciones
de sujeto en el interior de una estructura discursiva. Del carácter
discursivo de toda posición de sujeto no se sigue nada acerca del tipo de
relación que pueda existir entre dichas posiciones. Justamente por ser toda
posición de sujeto una posición discursiva, participa del carácter abierto de
todo discurso y no logra fijar totalmente dichas posiciones en un sistema
cerrado de diferencias.
Si toda posición de sujeto es una posición discursiva, el análisis no puede
prescindir de las formas de sobredeterminación de unas posiciones por otras
–del carácter contingente de toda necesidad que es inherente a toda diferencia
discursiva-. Ver caso de “hombre” y “sujeto femenino” pág. 157,8,9.
Veamos ahora las formas precisas en que el marxismo ha respondido
teórica políticamente a la
diversificación y dispersión de las posiciones de sujeto de los agentes
clasistas respecto de las que hubieran debido ser las formas paradigmáticas de
su unidad. Para empezar los sujetos son las clases, cuya unidad consiste en
torno a intereses determinados por su posición en las relaciones de producción.
Una primera forma de respuesta consiste en un pasaje ilegítimo a través del
referente. Se funda en afirmar que la lucha política y la económica de los
obreros, están unificadas por el agente social concreto, la clase obrera, que
las lleva a cabo. Este tipo de razonamiento se basa en una falacia: la
expresión “clase obrera” es usada de dos modos distintos: para definir una
posición específica de sujeto en las relaciones de producción, por otro, para
nombrar a los agentes que ocupan esa posición de sujeto.
Si aceptamos el carácter sobredeterminado de toda identidad la situación
cambia. Hay otro camino. El ganar agentes para sus intereses históricos, una
práctica articulatoria que construye un discurso en el que las demandas
concretas de un grupo son concebidas como pasos hacia una liberación total que
implique la superación del capitalismo. No hay necesidad esencial de que esas
demandas sean articuladas de este modo. La relación de articulación no es una
relación de necesidad. Lo que el discurso de los intereses históricos hace es
hegemonizar ciertas demandas. La práctica política construye los intereses que
representa.
ANTAGONISMO Y SUBJETIVIDAD
¿No hay ciertas experiencias, formas discursivas, en que se muestra no ya
el continuo diferir del significado trascendental, sino la vanidad misma de ese
diferir, la imposibilidad final de toda diferencia estable y, por tanto, de
toda objetividad? La respuesta es que sí, que esta experiencia del límite de
toda objetividad tiene una forma de presencia discursiva precisa, y que esta es
el antagonismo. Qué es una relación antagónica.
Solo a nivel lógico conceptual podemos incurrir en contradicciones, y
obedece a la fórmula A-no A. la contradicción no implica pues, necesariamente,
una relación antagónica. Pero si hemos excluido tanto a la oposición real como
a la contradicción como categorías que permitan dar cuenta del antagonismo, parecería que la especificidad
de este último fuera inaprehensible.
En el caso del antagonismo nos encontramos con que la presencia del
otro me impide ser totalmente yo mismo.
La relación no surge de identidades plenas, sino de la imposibilidad de
constitución de las mismas. En la medida en que hay antagonismo yo no puedo ser
una presencia plena para mí mismo. Pero tampoco lo es la fuerza que me
antagoniza: su ser objetivo es un símbolo de mi no ser y, de este modo, es
desbordado por una pluralidad de sentidos que impide fijarlos como positividad
plena. La oposición real es una relación objetiva; la cotradicción es una relación igualmente definible entre
conceptos; el antagonismo constituye los límites de toda objetividad. Si la
lengua es un sistema de diferencias, el antagonismo es el fracaso de la
diferencia y, se ubica en los límites del leguaje y sólo puede existir como
disrupción del mismo. El antagonismo escapa a la posibilidad de ser aprehendido
por el lenguaje, en la medida en que el lenguaje solo existe como intento de
fijar aquello que el antagonismo subvierte.
El antagonismo, lejos de ser una relación objetiva, es una relación en la
que se muestran los límites de toda objetividad. Pero si lo social existe como
esfuerzo parcial por instituir la sociedad, el antagonismo, como testigo de la
imposibilidad de una sutura última, es la experiencia del límite de lo social.
Estrictamente hablando, los antagonismos no son interiores sino exteriores a la
sociedad. Establecen los límites de la sociedad, la imposibilidad de esta
última de constituirse plenamente.
EQUIVALENCIA Y DIFERENCIA
¿Cómo tiene lugar esta subversión? La condición de la presencia plena es la
existencia de un espacio cerrado en el que cada posición diferencial es fijada
como momento específico e irremplazable. La primera condición para subvertir
dicho espacio, para impedir el cierre, es disolver la especificidad de cada una
de esas posiciones.
La equivalencia crea un sentido segundo que, a la vez que es parasitario del
primero, lo subvierte: las diferencias se anulan en la medida en que son usadas
para expresar algo idéntico que subyace a todas ellas. El problema es en qué
consiste ese algo idéntico presente en los varios términos de la equivalencia.
Si a través de la cadena de equivalencias se han perdido todas las
determinaciones objetivas diferenciales de sus términos, la identidad solo
puede estar dada, o bien por una determinación positiva presente en todos
ellos, o bien por su referencia común a algo exterior.
Es porque una identidad negativa no puede ser representada en forma directa
que solo puede hacerlo de modo indirecto a través de una equivalencia entre sus
momentos diferenciales. De ahí la ambigüedad que penetra a toda relación de
equivalencia: dos términos, para equivalerse, deben ser diferentes.
El carácter final de esta no fijación, la precariedad final de toda
diferencia, habrá pues de mostrarse en una relación de equivalencia total en la
que se disuelva la positividad diferencial de todos sus términos. Esta es
precisamente la fórmula del antagonismo, que así establece su carácter de
límite de lo social. Puesto que todos los rasgos diferenciales de un polo se
han disuelto a través de su referencia negativo equivalencial al otro polo,
cada uno de ello muestra exclusivamente lo que no es.
Lo que afirmamos es que ciertas formas discursivas, a través de la
equivalencia, anulan toda positividad del objeto y dan una existencia real a la
negatividad en cuanto tal. Esta imposibilidad de lo real –la negatividad- ha
logrado una forma de presencia. Es porque lo social está penetrado por la
negatividad, por el antagonismo, que logra el estatus de la transparencia, de
la presencia plena, y que la objetividad de sus identidades es permanentemente
subvertida. La relación imposible entre objetividad y negatividad ha pasado a
ser constitutiva de lo social.
Tampoco es transparente a sí mismo el antagonismo, ya que no logra disolver
totalmente la objetividad de lo social.
Cuanto más inestables sean las relaciones sociales, cuanto menos logrado
sea un sistema definido de diferencias, tanto más proliferarán los puntos de
antagonismo; pero, tanto más carecerán estos de una centralidad, de la
posibilidad de establecer sobre la base de ellos, cadenas de equivalencia
unificadas.
Llamamos posición popular de sujeto a la que se constituye sobre la base de
dividir el espacio político en dos campos antagónicos, y posición democrática de sujeto a la que sede de un
antagonismo localizado, que no divide a la sociedad en la forma indicada.
Toda lucha democrática emerge en el
interior de un conjunto de posiciones de un espacio político relativamente
suturado, formado por una multiplicidad de prácticas que no agotan, sin
embargo, la realidad referencial y empírica de los agentes que forman parte de las mismas. El cierre
relativo de dicho espacio es necesario para la construcción discursiva del
antagonismo, ya que una cierta
interioridad excluyente es requerida para construir una totalidad que permita
dividir ese espacio en dos campos. En tal sentido, la autonomía de los
movimientos sociales es algo más que un requerimiento para que ciertas luchas
puedan desarrollarse sin interferencias: es un requerimiento para que el
antagonismo como tal pueda emerger.
HEGEMONÍA
El campo general de emergencia de la hegemonía es el de las prácticas
articulatorias, es decir, un campo en el que los elementos no han cristalizado
en momentos. La hegemonía supone el carácter abierto e incompleto de lo social,
que sólo puede constituirse en un campo dominado por prácticas articulatorias.
El núcleo último de una fuerza hegemónica lo constituye una clase social
fundamental.
El sujeto hegemónico, como el sujeto de toda práctica articulatoria, debe
ser parcialmente exterior a lo que articula: pero, por otro lado, esa
exterioridad no puede ser concebida como la existente entre dos niveles
ontológicos diversos. Tanto la fuerza hegemonizante como el conjunto de los
elementos hegemonizados se constituirían en un mismo plano, en tanto que la
exterioridad sería la correspondiente a formaciones discursivas diversas.
Si la exterioridad que la práctica articulatoria supone se constituye en el
campo general de la discursividad, no puede ser la correspondiente a dos
sistemas de diferencias plenamente constituidas. Se trata, de la exterioridad
existente entre posiciones de sujeto situadas en el interior de ciertas
formaciones discursivas, y elementos que carecen de una articulación discursiva
precisa.
Debemos considerar la especificidad de
la práctica hegemónica dentro del campo general de las prácticas
articulatorias. Para hablar de hegemonía no es suficiente el momento
articulatorio; es preciso además, que la articulación se verifique a través de
un enfrentamiento con prácticas articulatorias antagónicas. La hegemonía se constituye
en un campo surcado por antagonismos y supone, fenómenos de equivalencia y
efectos de frontera. Pero, a la inversa, no todo antagonismo supone prácticas
hegemónicas. Debe haber articulación de elementos flotantes. Las dos
condiciones de una articulación hegemónica son, pues, la presencia de fuerzas
antagónicas y la inestabilidad de las fronteras que las separan. Solo la
presencia de una vasta región de elementos flotantes y su posible articulación
a campos opuestos es lo que constituye el terreno que nos permite definir a una
práctica como hegemónica. Sin equivalencia y sin fronteras no puede
estrictamente hablarse de hegemonía.
Está claro de qué modo se pueden recuperar los elementos de análisis
gramscianos. Una coyuntura en la que se da un debilitamiento generalizado del
sistema relacional que define las identidades de un cierto espacio social o
político y que conduce a la proliferación de elementos flotantes la llamaremos crisis
orgánica. Es resultado de una sobredeterminación de circunstancias. Crisis
generalizada de las identidades sociales.
Un bloque histórico es un espacio social y político relativamente
unificado a través de la institución de puntos nodales y de la constitución de
identidades tendencialmente relacionales. En la medida en que consideremos al
bloque histórico desde el punto de vista del campo antagónico en el que se
constituye, lo denominaremos formación hegemónica. Es en tanto que la
formación hegemónica implica un fenómeno de fronteras, que adquiere toda su
significación el concepto de guerra de posición.
La guerra de posición supone la división del espacio social en dos campos,
y presenta a la articulación hegemónica como una lógica de movilidad de la
frontera que los separa. Resulta claro que esto es ilegítimo: la existencia de
dos campos puede ser uno de los efectos de la articulación hegemónica, pero no
su condición.
La guerra de posición gramsciana supone el tipo de división de las identidades
populares.
Pero nos separamos de la concepción gramsciana en dos puntos clave: en
cuanto al plano de la constitución del sujeto hegemónico –para Gramsci este es
necesariamente el plano de las clases fundamentales-; y e cuanto a la unidad
del centro hegemónico –para Gramsci toda la
formación social se estructura en torno a un centro hegemónico. Estos
son los dos elementos finales del esencialismo que permanecen en el pensamiento
gramsciano. El resultado de abandonarlos
es tener que enfrentar dos series sucesivas de problemas.
El primero se refiere a la separación de planos, al momento externo en que
la hegemonía supone. Una situación en la que un sistema de diferencias se
hubiera soldado hasta tal punto, implicaría el fin de la forma hegemónica de la
política. En ese caso habría relaciones de subordinación, de poder, pero no
relaciones hegemónicas en sentido estricto, porque con la desaparición de la
separación de planos, del momento de exterioridad, habría también desaparecido
el campo de las prácticas articulatorias. La dimensión hegemónica de la
política solo se expande en la medida en que se incrementa el carácter abierto,
no suturado, de lo social.
El segundo problema se refiere a la unicidad del centro hegemónico. Una vez
rechazado el plano ontológico que inscribiría
a la hegemonía como centro de lo social, es evidente que no es posible
mantener la idea de la unicidad del punto nodal hegemónico. Hegemonía, es
simplemente un tipo de relación política; una forma, si se quiere, de ella. En
una formación social determinada puede haber una variedad de relaciones
sociales y, en tal mediad, ser el centro de irradiación de una multiplicidad de
efectos totalizantes.
La autonomización de ciertas esferas no es el efecto estructural necesario
de nada, sino la resultante de prácticas articulatorias precisas que construyen
dicha autonomía. La autonomía, lejos de ser incompatible con la hegemonía, es
una forma de construcción hegemónica.
La hegemonía es esencialmente metonímica: sus efectos surgen siempre a
partir de un exceso de sentido resultante de una operación de desplazamiento.
Es en la medida misma de nuestra conclusión de que ninguna identidad social
está plenamente adquirida, que el momento articulatorio hegemónico adquiere
toda su centralidad. La condición de esta centralidad es el colapso de una
clara línea demarcatoria entre lo interno y lo externo, entre lo contingente y
lo necesario. Pero esto conduce a una
conclusión inescapable: ninguna lógica hegemónica puede dar cuenta de la
totalidad de lo social y constituir su centro, ya que en tal caso se habría
producido una nueva sutura y el concepto mismo de hegemonía se habría
autoeliminado. La apertura de lo social es por consiguiente, la precondición de
toda práctica hegemónica. Esto conduce necesariamente a una segunda conclusión:
la formación hegemónica tal como la hemos concebido no puede ser reconducida a
la lógica específica de una fuerza social única. Todo bloque histórico se
constituye a través de la regularidad en la dispersión, y esta dispersión
incluye una proliferación de elementos muy diversos: sistemas de diferencias que
definen parcialmente identidades relacionales, cadenas de equivalencias que
subvierten a estas últimas, formas de sobredeterminación que concentran el
poder y las formas de resistencia al mismo. El punto importante es que toda
forma de poder se construye de manera pragmática e internamente a lo social,
apelando a las lógicas opuestas de la equivalencia y de la diferencia, el poder
nunca es fundacional.
Hegemonía
Emerge en el campo de las prácticas articulatorias, es decir, un campo en
el que los elementos no han cristalizado en momentos. Un sistema plenamente
logrado de diferencias, que excluyera a todo significante flotante, no abriría
el campo a ninguna articulación.
Las relaciones hegemónicas son relaciones sin tácticas fundadas en
categorías morfológicas que las preceden.
El sujeto hegemónico debe ser parcialmente exterior a los que articula, de
lo contrario no habría articulación alguna.
Tanto la fuerza hegemonizante como el conjunto de elementos hegemonizados
se constituirían en un mismo plano, el campo general de la discursividad.
Una formación discursiva en la regularidad en la dispersión.
Se trata de la exterioridad entre posiciones de sujeto situadas en el
interior de ciertas formaciones discursivas y elementos que carecen de una
articulación discursiva precisa. Esta ambigüedad hace posible la articulación
como institución de puntos nodales que fijan parcialmente el sentido de lo
social en un sistema organizado de diferencias.
Las dos condiciones de una articulación hegemónica son la presencia de fuerzas
antagónicas y la inestabilidad de las fronteras que las separan. Sin
equivalencia y sin fronteras no puede hablarse estrictamente de hegemonía.
La crisis organiza es el resultado de una sobredeterminación de
circunstancias, se manifiesta lentamente en una proliferación de antagonismos y
en una crisis generalizada de las identidades.
Bloque histórico = la construcción de identidades tendencialmente
relacionales. El tipo de lazo que uno los elementos de un bloque histórico es
la formación discursiva.
Imposibilidad de cierre de lo social en la medida que la frontera es
interna a lo social.
Se aparta de la concepción gramsciana en dos puntos clave: en cuanto al
plano de la constitución de los sujetos hegemónicos, y en cuanto a la unicidad
del centro hegemónico.
La forma hegemónica de la política solo se impone a comienzos de los
tiempos modernos, en la medida en que la reproducción de las distintas áreas
sociales se verifica en condiciones siempre combatientes, que requieren
construir constantemente nuevos sistemas de diferencias.
Una formación hegemónica abarca también lo que se le opone, pero el lugar
de la negación es definido por los parámetros internos de la propia formación.
Hegemonía es un tipo de relación política, una forma de la política, pero
no una localización precisable en el campo de una topografía de lo social. En
una formación social determinada puede haber una variedad de puntos nodales
hegemónicos.
Es preciso partir de una pluralidad de espacios políticos y sociales que no
remiten a ningún fundamento unitario último.
Ni la autonomía total ni la subordinación total son soluciones plausibles,
solo son conceptos que solo adquieren su sentido en el campo de las practicas
articulatorias y de las practicas hegemónicas. Las prácticas articulatorias no
tienen solo lugar en el interior de los espacios sociales y políticos dados,
sino entre los mismos.
La hegemonía es esencialmente metonímica: sus efectos suben siempre a
partir de un exceso de sentido resultante de una operación de desplazamiento.
Todo bloque histórico se construye a través de la regularidad de la
dispersión, cadenas de equivalentes que subvierten las últimas y, de tal modo,
a constituir una nueva diferencia.
El punto importante es que toda forma de poder se construye de manera
pragmática e internamente a lo social.
El poder no es nunca fundacional, no puede plantearse en término de la
búsqueda de la clase o del sector dominante.
Una formación social se conforma como totalidad a partir de sus propios
límites. Los límites solo existen en la medida en que un conjunto sistemático
de diferencias se recorta como totalidad respecto de algo más allá de ellas, y
es solamente a través de este recortarse que la totalidad se constituye como
formación.
Una
formación solo logra constituirse como tal transformando los límites en
fronteras.