viernes, 12 de julio de 2013

Foucault, M.: La Arqueología del saber



I INTRODUCCIÓN
En las vastas disciplinas históricas la atención se ha desplazado hacia fenómenos de ruptura. Por debajo de las grandes continuidades del pensamiento, se trata ahora de detectar la incidencia de las interrupciones. Interrupciones cuyo estatuto y naturaleza son muy diversos. Actos y umbrales epistemológicos, quiebran su lenta maduración y los hacen entrar en un tiempo nuevo, los escinden de su origen empírico y de sus motivaciones iniciales. Prescriben así al análisis histórico el señalamiento de un tipo nuevo de racionalidad y de sus efectos múltiples. Desplazamientos y transformaciones de los conceptos.
Muestran que la historia de un concepto no es la de su acendramiento progresivo, sino la de sus diversos campos de constitución y de validez, la de sus reglas sucesivas de uso, de los medio teóricos múltiples donde su elaboración se ha realizado y acabado. Distinción hecha por Canguilhem, entre las escalas micro y macroscópicas de la historia de las ciencias en las que los acontecimientos y sus consecuencias no se distribuyen de la misma manera.
El gran problema que  va a plantearse en tales análisis históricos el de saber por qué vías han podido establecerse las continuidades; el problema no es ya de la tradición y del rastro, sino del recorte y del límite; no es ya el del fundamento que se perpetúa, sino el de las transformaciones que valen como fundación y renovación de las fundaciones.
En suma, la historia del pensamiento, de los conocimientos, de la filosofía, de la literatura parece multiplicar las rupturas y buscar todos los erizamientos de la discontinuidad; mientras que la historia propiamente dicha, parece borrar, en provecho de las estructuras más firmes, la irrupción de los acontecimientos. No creamos que esas dos grandes formas de descripción se hayan cruzado si reconocerse. Han planteado los mismos problemas acá y allá.
Pero estos problemas se pueden resumir con una palabra: la revisión del valor de documento. La historia ha cambiado de posición respecto del documento. Se atribuye como tarea primordial, no el interpretarlo, ni tampoco determinar si es veraz y cual sea su valor expresivo, sino trabajarlo desde el interior y elaborarlo.
El documento no es ya para la historia esa materia inerte  través de la cual trata esta de reconstruir lo que los hombres han hecho o dicho, lo que ha pasado y de lo cual solo resta el surco: trata de definir en el propio tejido documental unidades, conjuntos, series, relaciones.
El documento no es el instrumento afortunado de una historia que fuese en sí misa y con pleno derecho memoria. La historia es cierta manera, para una sociedad, de dar estatuto y elaboración a una masa de documentos de la que no se separa.  Digamos, que la historia, en su forma tradicional, se dedicaba a memorizar los monumentos del pasado, a transformarlos en documentos y a hacer hablar esos rastros que, no son verbales a menudo, o bien dicen en silencio algo distinto de lo que en realidad dicen. En nuestros días, la historia es lo que transforma los documentos en monumentos, y que allí, donde se trataba de reconocer por su vaciado lo que había sido, despliega una masa de elementos que hay que aislar, agrupar, hacer pertinentes, disponer en relaciones, constituir en conjuntos. En nuestros días la historia tiende a la arqueología, a la descripción intrínseca del monumento.
Esto tiene varias consecuencias; 1º la multiplicación de las rupturas en la historia de las ideas. De aquí en adelante el problema es construir series. En lugar de aquella cronología continua de la razón, que se hacía remontar invariablemente al inaccesible origen, a su apertura fundadora, han aparecido a veces unas escalas a veces breves, distintas las unas de las otras, rebeldes a una ley única, portadoras a menudo de un tipo de historia propio de cada una, e irreductibles al modelo general de una conciencia que adquiere, progresa y recuerda. 2º la noción de discontinuidad ocupa un lugar mayor en las disciplinas históricas. En la clásica la discontinuidad era ese estigma del desparramamiento temporal que el historiador tenía la misión de suprimir de la historia, y que ahora ha llegado a ser uno de los elementos fundamentales del análisis histórico.
Esta discontinuidad tiene un triple papel: en primer lugar constituye una acción deliberada del historiador. Es también el resultado de su descripción: porque lo que trata de descubrir son los límites de un proceso, el punto de inflexión de una curva, la inversión de un movimiento regulador, los límites de una oscilación.
La de discontinuidad es una noción paradójica, ya que es a la vez instrumento y objeto de investigación; ya que delimita el campo cuyo efecto es; ya que permite individualizar los dominios, pero que no se la puede establecer sino por la comparación de estos.
Uno de los rasgos más esenciales de la historia nueva es sin duda ese desplazamiento de lo discontinuo: su paso del obstáculo a la práctica; su integración en el discurso del historiador, en el que no desempeña ya el papel de una fatalidad exterior que hay que reducir, sino de un concepto operatorio que se utiliza; y por ello, la inversión de signos, gracias a la cual deja de ser el negativo de la lectura histórica, para convertirse en el elemento positivo que determina su objeto y la validez de su análisis.
Tercera consecuencia: el tema y la posibilidad de una historia global comienzan a borrarse, y se ve esbozarse los lineamientos muy distintos de lo que se podría llamar una historia general. Se supone que la propia historia puede articularse en grandes unidades que guarden en sí mismas su principio de cohesión. Son estos postulados los que la historia nueva revisa cuando problematiza las series, los cortes, los límites, las desnivelaciones, los desfases, las especificidades cronológicas, las formas singulares de remanencia, los tipos posibles de relación.
El problema que se plantea entonces –y que define la tarea de una historia general- es el determinar qué forma de relación puede ser legítimamente descrita entre estas distintas series; qué sistema vertical son capaces de formar; cuál es, de unas a otras, el juego de las correlaciones y de las dominante; qué efecto pueden tener los desfases, las temporalidades diferentes, las distintas remanencias; en qué conjuntos distintos pueden figurar simultáneamente ciertos elementos; en una palabra, no solo qué series, sino qué series de series, o en otros términos, qué cuadros es posible constituir. Una descripción global apiña todos los fenómenos en torno de un centro único: principio, significación, espíritu, visión del mundo, forma de conjunto. Una historia general desplegaría, por el contrario, el espacio de una dispersión.
Finalmente, última consecuencia: la historia nueva encuentra cierto número de problemas metodológicos muchos de los cuales, a no dudar, le eran ampliamente preexistentes, pero cuyo manojo la caracteriza ahora: la constitución de corpus coherentes, principio de elección, la definición del nivel de análisis y de los elementos que son para él pertinentes, el método, la determinación de relaciones que caractericen conjuntos (puede tratarse de relaciones numéricas, lógicas, causales, analógicas; puede tratarse de la relación de significante y significado[1]). A estos problemas se les puede dar la sigla del estructuralismo.
Esta mutación epistemológica de la historia no ha terminado todavía hoy. No data de ayer, sin embargo, ya que se puede sin duda hacer remontar su primer momento a Marx.
Hacer del análisis histórico el discurso del contenido, y hacer de la conciencia humana el sujeto originario de todo devenir y de toda práctica son las dos caras de un sistema de pensamiento. El tiempo se concibe en él en término de totalización y las revoluciones no son jamás en él otra cosa que tomas de conciencia.
Este tema ha desempeñado un papel constante desde el SXIX: salvar, contra todos los descentramientos, la soberanía del sujeto, y las figuras gemelas de la antropología y del humanismo. Contra el descentramiento operado por Marx –por el análisis histórico de las relaciones de producción, de las determinaciones económicas y de la lucha de clases-, ha dado lugar, a fines del SXIX, a la búsqueda de una historia global, en la que todas las diferencias  de una sociedad podrían ser reducidas a una forma única, a la organización de una visión del mundo, al establecimiento de un sistema de valores, a un tipo coherente de civilización. Al descentramiento operado por la genealogía nietzscheana, opuso la búsqueda de un fundamento originario que hiciese de la racionalidad el telos de la humanidad, y liga toda la historia del pensamiento a la salvaguarda de esa racionalidad, al mantenimiento de esa teología, y a la vuelta siempre necesaria hacia ese fundamento.
En fin, mas recientemente cuando las investigaciones del psicoanálisis, de la lingüística, de la etnología, han descentrado al sujeto e relación con las leyes de su deseo, las formas de su lenguaje, las reglas de su acción, o los juegos de sus discursos míticos o fabulosos, cuando quedó claro que no podía dar cuenta de su sexualidad ni de su inconsciente, de las formas sistemáticas de su lengua o de la regularidad de sus ficciones, se reactivó otra vez el tema de una continuidad de la historia: que no sería escansión, sino devenir.
Se ha llegado, pues, al punto de antropologizar a Marx, a hacer de él un historiador de las totalidades y a volver a hallar en él el designio del humanismo; se ha llegado al punto de interpretar a Nietzsche en los términos de la filosofía trascendental; se  ha llegado a dejar a un lado, como si todavía no hubiera aflorado nunca, todo ese campo de problemas metodológicos que la historia nueva propone hoy. Porque si probara que la cuestión de las discontinuidades, de los sistemas y de las transformaciones, de las series y de los umbrales, se plantea en todas las disciplinas históricas ¿cómo se podría entonces oponer con cierto aspecto de legitimidad el “devenir” al “sistema”, el movimiento a las regulaciones circulares, o como se dice con una irreflexión bastante ligera, “la historia a la estructura”?
Es la misma función conservadora la que actúa en el tema de las totalidades culturales –para el cual se ha criticado y después disfrazado a Marx-, en el tema de una búsqueda de lo primigenio –que se ha opuesto a Nietzsche antes de tratar de transponérselo-, y en el tema de una historia viva, continua y abierta.
Lo que tanto se llora no es la desaparición de la historia, sino la de esa forma de historia que estaba referida en secreto, pero por entero, a la actividad sintética del sujeto; lo que se llora  es ese devenir que debía proporcionar a la soberanía de la conciencia un abrigo más seguro, menos expuesto, que los mitos, los sistemas de parentesco, las lenguas, la sexualidad o el deseo; lo que se llora es la posibilidad de reanimar por el proyecto, el trabajo del sentido o el movimiento de la totalización, el juego de las determinaciones materiales, de las reglas de práctica, de los sistemas inconscientes, de las relaciones rigurosas pero no reflexivas, de las correlaciones que escapan a toda experiencia vivida; lo que se llora es ese uso ideológico de la historia por el cual se trata de restituir al hombre todo cuanto, desde hace más de un siglo, no ha cesado de escaparle.
Foucault trata de desplegar los principios y las consecuencias de una transformación autóctona que está en vías de realizarse en el dominio del saber histórico. Revisar las teologías y las totalizaciones.
Esta obra no se inscribe sino en ese campo en el que se manifiestan, se cruzan, se entrelazan y se especifican las cuestiones sobre el ser humano, la conciencia, el origen y el sujeto. Pero sin duda no habría error en decir que es ahí también donde se plantea el problema de la estructura.
II LAS REGULARIDADES DISCURSIVAS
  1. Las unidades del discurso
Los problemas que va a tratar son los problemas teóricos y de procedimiento que surgen de la puesta en juego de conceptos  como discontinuidad, ruptura, umbral, límite, serie, transformación.
Hay que realizar ante todo un trabajo negativo: liberarse de todo un juego de nociones que diversifican, cada una a su modo, el tema de la continuidad. Tal es el concepto de tradición. Es preciso revisar esas síntesis fabricadas, esos agrupamientos que se admiten de ordinario antes de todo examen, esos vínculos cuya validez se reconoce al entrar en el juego. Es preciso desalojar esas formas y esas fuerzas oscuras por las que se tiene costumbre de ligar entre sí los discursos de los hombres; hay que arrojarlas de las sombras en las que reinan. Y más que dejarlas valer espontáneamente, aceptar el no tener que ver, por un cuidad de método y en primera instancia, sino con una población de acontecimientos dispersos.
Pero sobre todo las unidades que hay que poner en suspenso son las que se imponen de la manera más inmediata: las del libro y las de la obra. Las márgenes de un libro no están jamás neta ni rigurosamente cortadas: más allá del título, las primeras líneas y el punto final, más allá de su configuración interna y la forma que lo autonomiza, está envuelto en un sistema de citas de otros libros, de otros textos, de otras frases, como un nudo en una red. En uno y otro lugar la humanidad del libro, incluso entendido como haz de relaciones, no puede ser considerada idéntica. Su unidad es variable y relativa. No bien se la interroga, pierde su evidencia; no se indica a sí misma, no se construye sino a partir de un campo complejo de discursos.
En cuanto a la obra los problemas que suscita son más difíciles aún. Se admite que debe haber en ello un nivel en el cual la obra se revela, en todos sus fragmentos, incluso los más minúsculos y los más esenciales, como la expresión  del pensamiento, o de la experiencia, o de la imaginación, o del inconsciente del autor, o aún de las determinaciones históricas en que estaba inmerso. Pero se ve también que semejante unidad, lejos de darse inmediatamente, está constituida por una operación; que esta operación es interpretativa (ya que descifra, en el texto, la transcripción de algo que oculta y que  manifiesta a la vez); que, en fin, la operación que determina el opus, en su unidad, y por consiguiente la obra en sí, no será la misma si se trata del autor del teatro o del tractatus. La cobra no puede considerarse ni como unidad inmediata, ni como unidad cierta, ni como unidad homogénea.
Jamás es posible asignar, en el orden del discurso, la irrupción de un acontecimiento verdadero: más allá de todo comienzo aparente hay siempre un origen secreto, tan secreto y tan originario, que no se le puede captar del todo en sí mismo.
El discurso manifiesto no sería más de la presencia de lo que no se dice, y ese no dicho sería un vaciado que mina desde el interior todo lo que se dice. Todo discurso manifiesto reposaría secretamente sobre un ya dicho, y este es un jamás dicho, un discurso sin cuerpo, una voz tan silenciosa como un soplo, una escritura que no es más que el hueco de sus propios trazos.
No hay que devolver el discurso a la lejana presencia del origen; hay que tratarlo en el juego de su instancia. Tomaré como punto de partida unidades totalmente dadas (como la psicopatología, o la medicina, o la economía política); pero no me colocaré en el interior de esas unidades tan dudosas para estudiar su configuración interna o sus secretas contradicciones.
Una vez suspendidas esas formas inmediatas de continuidad se encuentra, en efecto, liberado, todo un dominio. Un dominio inmenso, pero que se puede definir: está constituido por el conjunto de todos los enunciados efectivos, en su dispersión de acontecimientos y en la instancia que le es propia a cada uno. El material que habrá que tratar en su neutralidad primera es una multiplicidad de acontecimientos en el espacio del discurso en general. Así aparece el proyecto de una descripción pura de los acontecimientos discursivos como horizonte para la búsqueda de las  unidades en que ellos se forman. Esta descripción se distingue fácilmente del análisis de la lengua.
Se ve que esta descripción del discurso se opone a la historia del pensamiento. Se trata de reconstruir otro discurso, de recobrar la palabra muda, murmurante, inagotable que anima desde el interior la voz que se escucha, de restablecer el texto menudo e invisible que recorre el intersticio de las líneas escritas y a veces las trastorna. El análisis del campo discursivo se orienta de manera distinta: se trata de captar el enunciado en la estrechez y la singularidad de su acontecer; de determinar las condiciones de su existencia, de fijar sus límites de la manera más exacta, de establecer sus correlaciones con los otros enunciados que pueden tener vinculaciones con él, de mostrar qué otras formas de enunciación excluye; se debe mostrar por qué no podía ser otro de lo que era, en qué excluye a cualquier otro, cómo ocupa en medio de los demás y en relación con ellos, un lugar que ningún otro podría ocupar. La pregunta adecuada a tal análisis es ¿Cuál es esa singular existencia que sale a la luz en lo que se dice y en ninguna otra parte?
La anulación sistemática de las unidades permite en primer lugar restituir al enunciado su singularidad de acontecimiento, y mostrar que la discontinuidad no es tan solo uno de esos grandes accidentes que son como una falla en la geología de la historia, sino ya en el hecho simple del enunciado. Se le  hace surgir en su irrupción histórica. Un enunciado es siempre un acontecimiento que ni la lengua ni el sentido pueden agotar por completo.
Esto se hace para no referirla a operadores de síntesis que sean puramente psicológicos y poder captar otras formas de regularidad, otros tipos de conexiones. Relaciones de unos enunciados con otros, entre grupos de enunciados así establecidos; hacerse libre para describir en él y fuera de él juegos de relaciones.
Tercer interés de tal descripción de los hechos de discurso: al liberarlos nos damos la posibilidad de describir, pero esta vez, por un conjunto de decisiones dominadas, otras unidades. Con tal de definir claramente las condiciones, podría ser legítimo constituir, a partir de relaciones correctamente descritas, conjuntos discursivos que no sería arbitrario, pero que quedarían no obstante invisibles.
  1. Las formaciones discursivas
He acometido la tarea de describir relaciones entre enunciados. Tengo el propósito de describir enunciados en el campo del discurso y las relaciones de que son susceptibles. Dos series de problemas, lo veo, se presentan al punto. Una (en suspenso por el momento) concierne a la utilización salvaje de los términos enunciado, acontecimiento, discurso; la otra concierne a las relaciones que pueden ser legítimamente descritas entre esos enunciados que se han dejado en su agrupamiento provisional y visible.
¿Qué son la medicina, la gramática, la economía política? primera hipótesis (la más verosímil y la más fácil de someter a prueba): los enunciados diferentes en su forma, dispersos en el tiempo, constituyen un conjunto si se refieren a un solo y mismo objeto. Pero se plantea el problema de saber si la unidad de un discurso no está constituida, más bien que por la permanencia y la singularidad de un objeto, por el espacio en el que los diversos objetos se perfilan y continuamente se transforman.
Lo que constituye el objeto, sería el juego de reglas que hacen posible que durante un periodo determinado la aparición de objetos, objetos recortados por medidas de discriminación y de represión, objetos que se diferencian en la práctica cotidiana, en la jurisprudencia, en la casuística religiosa, en el diagnóstico de los médicos, en las descripciones patológicas, etc. Además, la unidad de los discursos sobre “la locura” sería el juego de las reglas que definen las transformaciones de esos diferentes objetos, su no identidad a través del tiempo, la ruptura que se produce en ellos, la discontinuidad interna que suspende su permanencia.
Segunda hipótesis para definir un grupo de relaciones entre enunciados: su forma y su tipo de encadenamiento. Un determinado carácter constante de la enunciación. Un corpus de conocimientos que suponía una misma mirada fija en las cosas, una misma cuadrícula del campo perceptivo, un mismo análisis del hecho patológico según el espacio visible del cuerpo, un mismo sistema de transcripción de lo que se percibe en lo que se dice; en una palabra me había parecido que la medicina se organizaba como una serie de enunciados descriptivos.
Si existe unidad, el principio no es, una forma determinada de enunciados ¿no sería más bien el conjunto de las reglas que han hecho, simultánea o sucesivamente, posibles descripciones puramente perceptivas, sino también observaciones mediatizadas por instrumentos, protocolos de experiencias de laboratorios, etc.? Lo que habría que caracterizar e individualizar sería la coexistencia de esos enunciados dispersos y heterogéneos; el sistema que rige su repartición, el apoyo de los unos sobre los otros, la manera en que se implican o se excluyen, la transformación que sufren, el juego de su relevo, de su disposición y de su reemplazo.
Tercera hipótesis. ¿No podrían establecerse grupos de enunciados determinando el sistema de los conceptos permanentes y coherentes que en ellos se encuentran en juego?
Cuarta hipótesis. Para reagrupar los enunciados, describir su encadenamiento y dar cuenta de las formas unitarias bajo las cuales se presentan: la identidad y la persistencia de los temas. En ciencias es legítimo en primera instancia suponer que cierta temática es capaz de ligar, y de animar como organismo que tiene sus necesidades, su fuerza interna y sus capacidades de sobrevivir, un conjunto de discurso. Pero puede pasar que encontremos un solo tema, pero a partir de dos tipos de discurso.
Se trata de cuatro hipótesis y cuatro fracasos. Lo que he descubierto son series con lagunas, y entrecruzadas, juegos de diferencias, de desviaciones, de sustituciones, de transformaciones. Pero he encontrado formulaciones de niveles sobremanera diferentes y de funciones sobremanera heterogéneas, para poder ligarse y componerse en una figura única y para asimilar a través del tiempo, más allá de las obras individuales, una especie de gran texto ininterrumpido. De ahí la idea de describir esas mismas dispersiones; de buscar entre esos elementos que, indudablemente, no se organizan como un edificio progresivamente deductivo, ni como un libro desmesurado que se fuera escribiendo poco a poco a lo largo del tiempo, ni como la obra de un sujeto colectivo, se puede marcar una regularidad: un orden en su aparición sucesiva, correlaciones en su simultaneidad, posiciones asignables en un espacio común, un funcionamiento recíproco, transformaciones ligadas y jerarquizadas. Un análisis tal no trataría de aislar, para describir su estructura interna, islotes de coherencia; no se asignaría la tarea de sospechar y de sacar a plena luz los conflictos latentes, estudiaría formas de repartición. O aun: describiría sistemas de dispersión.
Se llamarán reglas de formación las condiciones que están sometidos los elementos de esa repartición. Las reglas de formación son condiciones de existencia (pero también de coexistencia, de conservación, de modificación y de desaparición) en una repartición discursiva determinada.
III EL ENUNCIADO Y EL ARCHIVO – LA DESCRIPCIÓN DE LOS ENUNCIADOS
Volver a la definición del enunciado. No se podía volver sobre mis pasos, me he dado cuenta de que no podía definir el enunciado como una unidad de tipo lingüístico (superior al fenómeno y a la palabra, inferior al texto); sino que se trataba más bien de una función enunciativa, que ponía en juego unidades diversas (estas pueden coincidir con frases, proposiciones, fragmentos de frases, series de signos); y esta función, en lugar de dar un sentido a esas unidades, las pone en relación con un campo de objetos; en lugar de conferirles un sujeto, le abre un conjunto de posiciones subjetivas posibles; en lugar de fijar sus límites, las coloca en un dominio de cordinación y de coexistencia; en lugar de determinar su identidad, las aloja en un espacio en el que son aprehendidas, utilizadas y repetidas. En una palabra, lo que se ha descubierto, no es el enunciado atómico, sino el campo de ejercicio de la función enunciativa y las condiciones según las cuales hace esta aparecer unidades diversas.
¿Qué hay que entender en adelante por la tarea de describir enunciados?
Actuación verbal o lingüística. Todo conjunto de signos efectivamente producidos a partir de una lengua natural. Formulación es el acto individual que hace aparecer ese grupo de signos, la formulación del acontecimiento. Se llamará frase o proposición las unidades que la gramática o la lógica pueden reconocer en un conjunto de signos. Se llamará enunciado la modalidad de existencia propia de este conjunto de signos: modalidad que le permite ser algo más que una serie de trazos, en relación con un dominio de objetos, prescribir una posición definida a todo sujeto posible, estar situado entre otras actuaciones verbales, estar dotado en fin, de una materialidad repetible. En cuanto al término discurso, está constituido por un conjunto de secuencias de signos, en tanto que éstas son enunciados, es decir, en tanto que se les puede asignar modalidades particulares de existencia. La ley de semejante serie es lo que se ha llamado formación discursiva y funciona como principio de dispersión y repartición de los enunciados, el término de discurso podrá quedar fijado así: conjunto de los enunciados que dependen de un mismo sistema de formación, y así se podrá hablar de diferentes tipos de discurso.
Describir un enunciado equivale a definir las condiciones en que se ha ejercido la función que ha dado una serie de signos una existencia, y una existencia específica. Existencia que la hace aparecer como otra cosa que un puro rastro, sino más  bien como relación con un domino de objetos; como juego de posiciones posibles para un sujeto; como elemento en un campo de coexistencia, como materialidad repetible. La descripción  de los enunciados se dirige, a las condiciones de existencia de los diferentes conjuntos significantes. No se trata de descubrir lo oculto detrás de las actuaciones verbales.
El enunciado es a la vez no visible y no oculto. No oculto ya que caracteriza las modalidades de existencia propias de conjuntos de signos efectivamente producidos. El análisis enunciativo no puede jamás ejercerse sino cobre cosas dichas, sobre frases que han sido realmente pronunciadas o escritas, sobre elementos significantes que han sido trazados o articulados, y más precisamente sobre esa singularidad que los hace existir, los ofrece a la mirada, a la lectura, a una reactivación eventual, a mil usos o transformaciones posibles. No puede concernir sino a actuaciones verbales realizadas, ya que las analiza al nivel de su existencia: descripción de las cosas dichas, en tanto precisamente que han sido dichas. El análisis enunciativo es, pues, un análisis histórico, pero que se desarrolla fuera de toda interpretación: a las cosas dichas no se les pregunta lo que ocultan, sino sobre qué modo existen, lo que es para ellas haber sido manifestadas, haber dejado rastros y quizás permanecer ahí, para una reutilización eventual; lo que es para ellas haber a parecido, y ninguna otra en su lugar; aquello a lo que nos dirigimos es a lo manifiesto del lenguaje efectivo.
No porque el enunciado no esté escondido ha de ser visible; no se ofrece a la percepción, como portador manifiesto de sus límites y de sus caracteres. Es precisa cierta conversión de la mirada y de la actitud para poder reconocerlo y considerarlo en sí mismo. Quizás es demasiado conocido que se esquiva sin cesar; el nivel enunciativo se esboza en su misma proximidad.
Hay para ello varias razones. La primera se ha expuesto ya: el enunciado no es una unidad marginal –encima o debajo- de las frases o de las proposiciones; está siempre involucrado en unidades de ese género, o incluso en secuencias de signos que no obedecen a sus leyes; caracteriza el hecho mismo de que están dadas y la manera en que lo están. Posee la cuasi invisibilidad del “hay”. Otra razón ese que el lenguaje remite siempre a otra cosa, está vaciado por la ausencia. Se trata de suspender, en el examen del lenguaje, no solo el punto de vista del sdo sino el del ste, para hacer aparecer el hecho de que, aquí y allá –en relación con dominios de objetos y sujetos posibles, en relación con otras formulaciones y reutilizaciones posibles-, hay lenguaje. La última razón de esta cuasi invisibilidad del enunciado es que está supuesto por todos los análisis del lenguaje sin que tengan que ponerlo en evidencia. Para que el lenguaje pueda ser tomado como objeto, es preciso que exista un dato enunciativo, que será siempre determinado y no infinito: el análisis de una lengua se efectúa sobre un corpus de palabras y de textos. Considerar los enunciados en sí mismos no será buscar, más allá de todos esos análisis y a un nivel más profundo, cierto secreto o cierta raíz del lenguaje que estos habrían omitido. Es tratar de hacer visible, y analizable, esa tan próxima transparencia que constituye el elemento de su posibilidad.
Ni oculto ni visible, el nivel enunciativo está en el límite del lenguaje: no hay, en él, un conjunto de caracteres que se darían a la experiencia inmediata; pero tampoco hay un resto enigmático y silencioso que no manifiesta. Define la modalidad de su aparición: su periferia más que su organización interna, su superficie más que su contenido.
¿Cómo puede esta teoría del enunciado ajustarse al análisis de las formaciones discursivas que había sido esbozado sin ella? Al examinar el enunciado, lo que se ha descubierto es una función que se apoya sobre conjuntos de signos que no se identifica ni con la aceptabilidad gramatical ni con la corrección lógica, y que requiere para ejercerse: un referencial (principio de diferenciación); un sujeto (no la conciencia parlante, no el autor de la formulación, sino una posición que puede ser ocupada); un campo asociado (un dominio de coexistencia para otros enunciados); una materialidad (un estatuto, unas posibilidades de uso o de reutilización). Ahora bien, lo que se ha descrito con el nombre de formación discursiva son en sentido estricto grupos de enunciados. Conjuntos de actuaciones verbales que no están ligadas entre sí al nivel de las frases por lazos gramaticales; que no están ligadas entre sí, al nivel de las proposiciones por lazos lógicos; ni por lzos psicológicos, pero que están ligadas al nivel de los enunciados. Lo cual implica que se pueda definir el régimen general al que obedecen sus objetos, la forma de dispersión, el sistema de sus referenciales. Lo cual implica que se pueda definir el régimen general al que está sometido el estatuto de esos enunciados, la manera en que están institucionalizados, recibidos, empleados, combinados, convertidos en objetos de apropiación, en elementos para una estrategia.
Las cuatro direcciones en las cuales se analiza (formación de los objetos, formación de las posiciones subjetivas, formación de los conceptos, formación de las elecciones estratégicas) corresponden a los cuatro dominios en que se ejerce la función enunciativa. Y si las formaciones discursivas son libres de retórica, deducción, la obra, es porque ponen en juego el nivel enunciativo con las regularidades que lo caracterizan, y no el nivel gramatical de las frases, o el lógico de las proposiciones, o el psicológico de la formulación.
A partir de ahí es posible adelantar cierto número de proposiciones que están en el corazón de todos esos análisis.
  1. Se puede decir que la localización de las formaciones discursivas, independientemente de los demás principios de unificación posible, saca a la luz el nivel específico del enunciado y conduce a la individualización de las formaciones discursivas.
  2. Un enunciado pertenece a una formación discursiva, la regularidad de los enunciados está definida por la misma formación. Su dependencia y su ley no son más que una sola cosa.
  3. Se llamará discurso a un conjunto de enunciados en tanto que dependan de la misma formación discursiva; no forma una unidad retórica o formal, indefinidamente repetible y cuya aparición o utilización en la historia podría señalarse; está constituido por un número limitado de enunciados para los cuales puede definirse un conjunto de condiciones de existencia. El discurso entendido así no es una forma ideal e intemporal que tuviese además una historia; es, de parte a parte, histórico: fragmento de historia, unidad, discontinuidad en la historia misma, en medio de las complicaciones del tiempo.
  4. Lo que se llama práctica discursiva puede ser precisado ahora. No es operación expresiva. Es un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio que han definido en una época dada, y para un ñarea social, económica, geográfica o lingüística dada, las condiciones de ejercicio de la función enunciativa.
IV RAREZA, EXTERIORIDAD, ACUMULACIÓN
El análisis de los enunciados y de las formaciones discursiva abre una dirección por completo opuesta: quiere determinar el principio según el cual han podido aparecer los únicos conjuntos significantes que han sido enunciados. Trata de establecer una ley de rareza, tarea esta que comporta varios aspectos:
-       Reposa sobre el principio de que jamás se ha dicho todo. En relación con lo que hubiera podido ser enunciado en una lengua natural. La formación discursiva aparece a la vez como principio de escansión en el entrecruzamiento de los discursos y principio de vacuidad en el campo del lenguaje.
-       Se estudian los enunciados en el límite que los enunciados separan de lo que no se ha dicho, en la instancia que lo hace surgir con exclusión de todos los demás. Se trata de definir un sistema limitado de presencias. La formación discursiva  es una repartición de lenguas, de vacíos, de ausencias, de límites, de recortes.
-       Sin embargo no se vinculan esas exclusiones a una represión. Se analizan los enunciados como ocupando la línea de emergencia posible. El dominio está todo entero en su propia superficie y no hay texto debajo.
-       Esa rareza de los enunciados, la forma llena de lagunas y de mellas del campo enunciativo, el hecho de que pocas cosas pueden ser dichas, explican que los enunciados no sean, como el aire que respiramos, una transparencia infinita, cosas que se transmiten y se conservan, que tienen un valor y que tratamos de apropiarnos; cosas para las cuales se disponen circuitos preestablecidos y a las que se confiere el estatuto en la institución. Los enunciados son raros, se los recoge en totalidades que los unifican, y se multiplican los sentidos que habitan cada uno de ellos.
El análisis de las formaciones discursivas se vuelve hacia esa misma rareza. Analizar una formación discursiva, es buscar la ley de una posible pobreza enunciativa. El discurso aparece como un bien finito, limitado, deseable, útil, que tiene sus reglas de aparición, pero también sus condiciones de apropiación y de empleo, un bien que plantea, por consiguiente, desde su existencia la cuestión del poder; un bien que es, por naturaleza, el objeto de una lucha, y de una lucha política.
Otro rasgo característico: el análisis de los enunciados los trata en la forma sistemática de su exterioridad. De lo que se trata es de volver a encontrar en ese exterior en el que se reparten en su relativa rareza, en su vecindad llena de lagunas, en su espacio desplegado, los acontecimientos enunciativos.
-       Esta tarea supone que el campo de los enunciados se acepte como el lugar de los acontecimientos, regularidades, entradas en relación, modificaciones determinadas, transformaciones sistemáticas; que se le trate no como resultado o rastro de otra cosa, sino como un dominio práctico que es autónomo y que se puede describir a su propio nivel.
-       Supone también que ese dominio enunciativo no esté referido ni a un sujeto individual, ni a algo así como una conciencia colectiva, sino que se le describa como un campo anónimo cuya configuración define el lugar posible de los sujetos parlantes. Reconocer en las diferentes formas de la subjetividad parlante efectos propios del campo enunciativo.
-       Supone por consiguiente que el campo de os enunciados no obedece a la temporalidad de la conciencia como a su modelo necesario. El tiempo de los discursos no es la traducción, en una cronología visible del tiempo oscuro del pensamiento.
El análisis de los enunciados se efectúa pues sin referencia a cogito. No plantea la cuestión del que habla. Se sitúa al nivel del se dice. Está enredado necesariamente en el juego de una exterioridad.
Tercer rasgo del análisis enunciativo. El de dirigirse a formas específicas de acumulación que no pueden identificarse ni con una interiorización en la forma del recuerdo ni con una totalización indiferente de los documentos. Los cuatro términos: lectura-rastro-desciframiento-memoria, definen el sistema que permite, con el hábito, arrancar el discurso pasado a su inercia y volver a encontrar, por un instante, algo de su vivacidad perdida. Se trata de buscar qué modo de existencia puede caracterizar a los enunciados independientemente de su enunciación, en el espesor del tiempo en que subsisten, se conserva, reactivan y utilizan.
-       Supone que los enunciados sean considerados en su remanencia que le es propia y que no es la de la remisión siempre actualizable al acontecimiento pasado de la formulación.
-       Este análisis supone igualmente que se traten los enunciados en la forma de aditividad que le es específica. En los tipos de agrupamiento entre enunciados sucesivos.
-       Supone también que se tomen en consideración los fenómenos de recurrencia. Todo enunciado comporta un campo de elementos antecedentes con relación a os cuales se sitúa, pero que tiene el poder de reorganizar y de redistribuir según relaciones nuevas.
La descripción de los enunciados y de las formaciones discursivas debe, pues, liberarse de la imagen tan frecuente y tan obstinada del retorno. Trata los enunciados en el espesor de acumulación en que son tomados y que no cesan, sin embargo, de modificar, de inquietar, de trastornar y a veces de arruinar.
Es establecer lo que me siento inclinado a llamar una positividad. Analizar una formación discursiva es, pues, tratar un conjunto de actuaciones verbales al nivel de los enunciados y de la forma de positividad que los caracteriza; o mas brevemente, es definir el tipo de positividad de un discurso.
V EL APRIORI HISTÓRICO Y EL ARCHIVO
La positividad de un discurso caracteriza su unidad a través del tiempo, y mucho más allá de las obras individuales, de los libros y de los textos. Esta unidad define un espacio limitado de comunicación. Espacio relativamente restringido ya que está legos de tener la amplitud de una ciencia considerada en todo su devenir histórico, desde su más remoto origen hasta su punto actual de realización. Esta forma de positividad define un campo en el que pueden eventualmente desplegarse identidades formales, continuidades temáticas, traslaciones de conceptos, juegos polémicos. Así, la positividad desempeña el papel de lo que podría llamarse un a priori histórico.
Se trata de liberar las condiciones de emergencia de los enunciados, la ley de su coexistencia con otros, la forma específica de su modo de ser, los principios según los cuales subsisten, se transforman y desaparecen. Un a priori de una historia que está dad, ya que es la de las cosas efectivamente dichas.
El a priori de las positividades no es solamente el sistema de una dispersión temporal; él mismo es un conjunto transformable. Nada sería más inexacto que concebirlo como formal, que estuviese además dotado de una historia. El a priori formal y el histórico no son ni del mimo nivel, ni de la misma naturaleza: si se cruzan, es porque ocupan dos dimensiones diferentes.
El dominio de los enunciados articulados así según a priori históricos, no tiene ya ese aspecto de llanura monótona. Se trata ahora de un volumen complejo, en el que se diferencian regiones heterogéneas, y en el que se despliegan unas prácticas que no pueden superponerse. Se tiene, en el espesor de las prácticas discursivas, sistemas que instauran los enunciados como acontecimientos y cosas. Son todos esos sistemas de enunciados lo que propongo llamar archivo. El archivo es en primer lugar, la ley de lo que puede ser dicho, el sistema que rige la aparición de los enunciados como acontecimientos singulares. Es lo que hace que todas esas cosas dichas se agrupen  en figuras distintas, se compongan las unas con las otras según relaciones múltiples, se mantengan o se esfumen según regularidades específicas. Es lo que define desde el comienzo el sistema de su enunciabilidad en a raíz del enunciado-acontecimiento. Es lo que diferencia los discursos en su existencia múltiple y los especifica en su duración propia.
El archivo define un nivel particular: el de una práctica que hace surgir una multiplicidad de enunciados como otros tantos acontecimientos regulares; entre la tradición y el olvido, hace aparecer las reglas de una práctica que permite a la vez a los enunciados subsistir y modificarse. Es el sistema general de la formación y de la transformación de los enunciados. Es en el interior de sus reglas donde hablamos. No es descriptible y es incontrolable en su actualidad.
La descripción del archivo despliega sus posibilidades a partir de los discursos que acaban de cesar precisamente de ser los nuestros. Comienza con el exterior de nuestro propio lenguaje; su lugar es al margen de nuestras propias prácticas discursivas.
La actualización jamás acabada, jamás íntegramente adquirida del archivo, forma el horizonte  general al cual pertenecen la descripción de las formaciones discursivas, el análisis de las positividades, la fijación del campo enunciativo. El derecho de las palabras autoriza, a dar a todas estas investigaciones el título de arqueología. Designa el tema general de una descripción que interroga lo ya dicho al nive de su existencia: de su función enunciativa, de la formación discursiva a la que pertenece, del sistema general de archivo de que depende. La arqueología describe los discursos como prácticas especificadas en el elemento del archivo.
IV LA DESCRIPCIÓN ARQUEOLÓGICA
  1. Arqueología e historia de las ideas
El punto de partida[2] fue la escansión del discurso según grandes unidades que no eran las de las obras, de los autores, de los libros, o de los temas. He aquí que con el solo fin de establecerlas he puesto sobre el telar toda una serie de nociones (formaciones discursivas, positividad, archivo), he definido un dominio (los enunciados, el campo enunciativo, las prácticas discursivas), he tratado de hacer surgir la especificidad de un método que no fuese ni formalizador ni interpretativo.
La descripción arqueológica es precisamente el abandono de la historia  de las ideas, rechazo sistemático de sus postulados y de sus procedimientos, tentativa para hacer una historia distinta de lo que los hombres han dicho. Entre el análisis arqueológico e historia de las ideas, son numerosos los puntos de desacuerdo. Trataré de establecer 4 diferencias.
  1. La arqueología pretende definir no los pensamientos, las representaciones, las imágenes, los temas, las obsesiones que se ocultan o se manifiestan en los discursos, sino esos mismos discursos, esos discursos en tanto que prácticas que obedecen a unas reglas. No trata el discurso como documento, como signo de otra cosa, como elemento que debería ser transparente pero cuya opacidad importuna hay que atravesar; se dirige al discurso en su volumen propio a título de monumento. No es una disciplina interpretativa: no busca otro discurso más escondido. Se niega a ser alegórica.
  2. Su problema es definir los discursos en su especificidad: mostrar en qué el juego de las que ponen en obra es irreductible a cualquier otro; seguirlos a lo largo de sus aristas exteriores y para subrayarlos mejor.
  3. Define unos tipos y unas reglas de prácticas discursivas que atraviesan unas obras individuales, que a veces las gobiernan por entero y lsa dominan sin que se les escape nada; pero que a veces también solo rigen una parte. La instancia del sujeto creador, en tanto que razón de ser de una obra y principio de su unidad le es ajena.
  4. No es nada más y ninguna cosa que una reescritura, es decir en la forma mantenida de la exterioridad, una transformación pautada de lo que ha sido y ha escrito. no es la vuelta al secreto mismo del origen, es la descripción sistemática de un discurso objeto.

Foucault, M.: El orden del Discurso
Yo supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad.
Son bien conocidos los procedimientos de exclusión, lo prohibido.
El discurso, por más que en apariencia sea poca cosa, las prohibiciones recaen sobre él, revelan muy pronto, rápidamente su vinculación con el deseo y con el poder. Y esto no tiene nada de extraño: ya que el discurso no es simplemente lo que manifiesta el deseo; es también lo que es el objeto del deseo, aquello por lo que, y por medio de lo cual, se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse.
Existe en nuestra sociedad otro principio de exclusión: no se trata ya de una prohibición sino de una separación y un rechazo. Pienso en la oposición razón/locura.
Y la oposición entre lo verdadero y lo falso. Ciertamente si uno se sitúa al nivel de una proposición, en el interior de un discurso, la separación entre lo verdadero y lo falso no es ni arbitraria, ni modificable, ni institucional, ni violenta. Pero si uno se plantea la cuestión de saber cuál ha sido y cual es constantemente, a través de nuestros discursos, esa voluntad de verdad que ha atravesado nuestra historia, o cuál es su forma general, es entonces cuando se ve dibujarse un sistema de exclusión.
El discurso verdadero era el discurso pronunciado por quien tenía el derecho y según el ritual requerido. Luego se desplazó al acto ritualizado. Y esto no ha cesado de desplazarse. Las grandes mutaciones científicas quizás pueden a veces leerse como la aparición de formas nuevas de la voluntad de verdad. En los SXVI apareció una voluntad de saber que dibujaba planes de objetos e imponía al sujeto conocedor una  cierta posición, una cierta posición, una cierta forma de mirar y una cierta función, una voluntad de  saber que prescribía el nivel técnico del que los conocimientos debían investirse para ser verificables y útiles.
Todo ocurre como si a partir de la gran separación platónica, la voluntad de saber tuviera su propia historia, que no es la de las verdades coactivas: historia de los planes de objetos por concer, historia de las funciones y posiciones del sujeto conocedor, historia de las posiciones del sujeto conocedor.
Esta voluntad se apoya en un soporte institucional: está a la vez reforzada y acompañada por una densa serie de prácticas como la pedagogía, como el sistema de libros, la edición, las bibliotecas, las sociedades de sabios de antaño, los laboratorios actuales. Pero es acompañada también, más profundamente sin duda, por la forma que tiene el saber de ponerse en práctica en una sociedad, en la que es valorizado, distribuido, repartido, y en cierta forma atribuido.
Finalmente creo que esta voluntad de verdad basada en un soporte y una distribución institucional, tiende a ejercer sobre los otros discursos una especie de presión y como un poder de coacción
De los tres grandes sistemas de exclusión que afectan al discurso, la palabra prohibida, la separación de la locura y la voluntad de verdad, es del tercero del que he hablado más extensamente. Y el motivo es, porque, desde hace siglos, no han cesado los primeros de derivar hacia él. Si el discurso verdadero no es ya más, en efecto, el que responde a l deseo o el que ejerce el poder; ¿Qué es lo que está en juego sino el discurso y el poder? El discurso verdadero, que la necesidad de su form exime del deseo y libera del poder, no puede reconocer la voluntad de verdad que le atraviesa; y la voluntad, esa que se nos ha impuesto desde hace mucho tiempo, es de tal manera que la verdad que quiere no puede no enmascararla.
Existen otros muchos procedimientos de control y delimitación del discurso. Esos a los que he aludido antes se ejercen en cierta manera desde el exterior; funcionan como sistemas de exclusión; conciernen sin duda la parte del discurso que pone en juego el poder y el deseo.
Creo que se puede también aislar otro grupo. Procedimientos internos, puesto que son los discursos mismos lo que ejercen su propio control;
En primer lugar el comentario. Puede sospecharse que hay regularmente en las sociedades una especie de nivelación entre discursos: los discursos quue se dicen en el curso de los días y de las conversaciones, y que desaparecen con el acto mismo que los ha pronunciado. Y los discursos que están en el origen de un cierto número de actos nuevos de palabras, que los reanudan, los transforman o hablan de ellos, en resumen, discursos que indefinidamente, más allá de su formulación, son dichos, permanecen dichos, y están todavía por decir. Los conocemos en nuestro sistema de cultura.
Por el momento quisiera limitarme a decir que en lo que se llama globalmente un comentario, el desfase entre el primer y el segundo texto juega cometidos que son solidarios. De una parte permite construir nuevos discursos: el deslome del primer texto, su permanencia, su estatuto de discurso siempre reactualizable, el sentido múltiple u oculto del cual parece poseedor funda una posibilidad abierta para hablar. Pero, por otra parte, el comentario no tiene por cometido, cualesquiera que sean las técnicas utilizadas, más que decir por fin lo que estaba articulado silenciosamente allá lejos.
Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su entorno.
Creo que existe otro principio de enrarecimiento de un discurso. Se refiere al autor. Al autor no considerado como el individuo que habla, sino al autor como principio de agrupación de discurso, como unidad y origen de sus significaciones, como foco de su coherencia.
Sería necesario también reconocer en las disciplinas otro principio de limitación. Se oponen tanto al principio del comentario como del autor. En e interior de sus límites, cada disclina reconoce proposiciones verdaderas y falsas; pero rechaza, al otro lado de sus márgenes, teratología del saber. La disciplina es un principio de control del discurso. Ella le fija sus límites por el juego de una identidad que tiene la forma de una reactualización permanente de las reglas. Y es probable que no se pueda dar cuenta de su papel positivo y multiplicador, sino se toma en consideración su función restrictiva y coactiva.
Existe, creo, un tercer grupo de procedimientos que permite el control de los discursos. Se trata de determinar las condiciones de su utilización, de imponer a los individuos que lo dicen un cierto número de reglas y no permitir de esta forma el acceso a ellos, a todo el mundo. Enrarecimiento, esta vez, de los sujetos que hablan, nadie entrará en el orden del discurso sino satisface ciertas exigencias y si no está, de entrada, calificado para hacerlo. Más preciso: todas las regiones del discurso no están igualmente abiertas y penetrables. Algunas están altamente defendidas (diferenciadas y diferenciantes) mientras que otras aparecen casi abiertas a todos los vientos y se ponen sin restricción previa a disposición de cualquier sujeto que hable.
El intercambio y la comunicación son figuras positivas que juegan en el interior de sistemas complejos de restricción; y, sin duda, no sabrían funcionar independientemente de estos.  La forma más superficial y más visible de estos sistemas de restricción la constituye lo que se puede reagrupar bajo el nombre de ritual; el ritual define la cualificación que deben poseer los individuos que hablan, define los gestos, los comportamientos, las circunstancias, y todo el conjunto de signos que deben acompañar el discurso; los discursos no son disociables de esa puesta en escena de un ritual que determina a la vez para los sujetos que hablan las propiedades singulares y los papeles convencionales.
Un funcionamiento en parte diferente tienen las sociedades de discursos, cuyo cometido es conservar o producir discursos, pero para hacerlos circular en un espacio cerrado, según reglas estrictas y sin que los detentadores sean desposeídos de la función de distribución. Implicaba entrar en un grupo y en un secreto, que la recitación manifestaba pero no divulgaba.
A primera vista las doctrinas constituyen el inverso de una sociedad de discurso. Tiende a la difusión; y es por la aprehensión en común de un solo y mismo conjunto de discursos como individuos, tan numerosos como se quiera imaginar, definen su dependencia recíproca. Vincula a los individuos a cierto tipo de enunciación y como consecuencia les prohíbe cualquier otro. Pero se sirve de ciertos tipos de enunciación para vincular a los individuos entre ellos. La doctrina eectúa una doble sumisión: la de los sujetos que hablan a los discursos, y la de los discursos al grupo, cuando menos virtual, de los individuos que hablan.
Finalmente se hace necesario reconocer grandes hendiduras en lo que podría llamarse la adecuación social del discurso. La educación sigue en su distribución, las líneas que le vienen marcadas por las distancias, las oposiciones y las luchas sociales. Todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican.
Digamos en pocas palabras que esos son los grandes procedimientos de sumisión del discurso ¿Qué es un sistema de enseñanza sino una ritualización del habla; sino una cualificación y una fijación de las funciones para los sujetos que hablan; sino la constitución de un grupo doctrinal cuando menos difuso; sino una distribución y una adecuación del discurso con sus poderes y saberes?
Parece que el pensamiento occidental haya velado para que en el discurso haya el menor espacio posible entre el pensamiento y el habla; parece que haya velado para que discurrir aparezca únicamente como una cierta aportación entre el pensar y el hablar; de esto resultaría un pensamiento revestido de sus signos y hecho visible por palabras, o inversamente, de eso resultarían las mismas estructuras de la lengua utilizadas y produciendo un efecto de sentido.
Esta antigua elisión de la realidad del discurso en el pensamiento filosófico ha tomado bastantes formas en el curso de la historia. Recientemente ha vuelto a aparecer bajo el aspecto de varios temas que nos resultan familiares.
Pudiera darse que el tema del sujeto fundador permitiese elidir la realidad del discurso. En su relación con el sentido, dispone signos, marcas, indicios, letras. Pero no tiene necesidad para manifestarlos de pasar por la instancia singular del discurso. Es él quien funda horizontes de significaciones que la historia no tendrá más que explicitar.
El tema de la experiencia originaria juega un papel análogo. Supone que antes de la posibilidad de cualquier cogito, significaciones previas, recorrían el mundo, lo disponían alrededor nuestro y daban acceso desde el comienzo a una especie de primitivo reconocimiento. Las cosas murmuran ya un sentido que nuestro leguaje no tiene más que hacer brotar; y este lenguaje, desde su más rudimentario proyecto, nos hablaba ya de un ser del que él como la nervadura.
El tema de la mediación universal es una forma de elidir la realidad del discurso. El discurso no es apenas más que la reverberación de una verdad naciendo ante sus propios ojos; y cuando todo puede finalmente tomar la forma del discurso, cuando todo puede decirse , es porque todas las cosas, habiendo manifestado e intercambiado sus sentidos, pueden volverse a la interioridad silenciosa de la conciencia de sí.
Bien sea pues en una filosofía del sujeto fundador, de la experiencia original, de la mediación universal, el discurso no es más que un juego, de escritura en el primer caso, de lectura en el segundo, de intercambio en el tercero. Y estos intercambios, lecturas, escrituras no ponen nunca nada más en juego que los signos. El discurso se anula así, en su realidad, sitándose en el orden del significante.
Hay en nuestra civilización una veneración del discurso, una logofilia. Todo pasa como si prohibiciones, barreras, umbrales, límites, se dispusieran de manera que domine, al menos en parte, la gran proliferación del discurso. Y si se quiere analizarlo (el temor por los discursos) en sus condiciones, en su juego, y sus efectos, es necesario, reducirse a tres decisiones a las cuales nuestro pensamiento, actualmente, se resiste un poco, y que corresponden a los tres grupos de funciones que acabo de evocar: poner en duda nuestra voluntad de verdad; restituir al discurso su carácter de acontecimiento, levantar finalmente la soberanía del significante.
Se pueden en seguida señalar ciertas exigencias de método que traen consigo. Primero un principio de trastrocamiento: se hace necesario reconocer el juego negativo de un corte y de un enrarecimiento del discurso. Un principio de discontinuidad: los discursos deben ser tratado como prácticas discontinuas que se cruzan, a veces se yuxtaponen, pero que también se ignoran o se excluyen. Un principio de especificidad: es necesario concebir el discurso como una  violencia que hacemos a las  cosas, como una práctica que les imponemos. Regla de exterioridad: partir del discurso, de su aparición y de su regularidad. Ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la serie aleatoria de esos acontecimientos y que fija los límites.
Son cuatro nociones que deben servir de principio regulador en el análisis: la del acontecimiento, la condición posibilidad, la serie, la regularidad. Término a término se oponen: el acontecimiento a la creación, la serie a la unidad, la regularidad a la originalidad y la condición de posibilidad a la significación.
Si los discursos deben tratarse como conjuntos de acontecimientos discursivos ¿Qué estatuto darle a esta noción de acontecimiento que tan raramente fue tomada en consideración por los filósofos? Claro está que el acontecimiento no es ni una sustancia, ni accidente, ni calidad, ni proceso; el acontecimiento no pertenece al orden de los cuerpos. Y sin embargo no es inmaterial; es a nivel de la materialidad cómo cobra siempre efecto y, como es efecto, tiene su sitio, y consiste en la relación, la coexistencia, la dispersión, la intersección, la acumulación, la selección de elementos materiales; no es el acto ni la propiedad del cuerpo; se produce como efecto de y en una dispersión material. Digamos que la filosofía del acontecimiento debería avanzar en la dirección paradójica, a primera vista, de un materialismo de lo incorporal.
Si los acontecimientos discursivos deben tratarse según series homogéneas, pero discontinuas unas con relación a otras ¿Qué estatuto es necesario dar a ese discontinuo? Se trata de cesuras que rompen el instante y dispersan el sujeto en una pluralidad de posibles posiciones y funciones. Una discontinuidad tal que golpetea e invalida las menores unidades tradicionalmente reconocidas o al menos fácilmente puestas en duda: el instante y el sujeto. Es necesario elaborar una teoría de las sistematicidades discontinuas. Finalmente si es verdad que esas series dicursivas y discontinuas tienen, entre ciertos límites, su regularidad, sin duda ya no es posible establecer, entre los elementos que las constituyen, vínculos de causalidad mecánica o de necesidad ideal. Es necesario aceptar la introducción del azar como categoría en la producción de los acontecimientos.
De modo que el diminuto desfase que se pretende utilizar en la historia de las ideas y que consiste en tratar, no las representaciones que puede haber detrás de los discursos, sino los discursos como series regulares y distintas de acontecimientos, este diminuto desfase, temo reconocer en él algo así como una pequeña maquinaria quee permite introducir en la misma raíz del pensamiento, el azar, el discontinuo y la materialidad. Triple peligo que una cierta forma de historia pretende conjurar refiriendo el desarrollo continuo de una necesidad ideal. Tres nociones que deberían permitir vincular a la práctica de los historiadores, la historia de los sistemas de pensamiento. Tres direcciones que deberá seguir el trabajo de elaboración teórica.
Los análisis que me propongo hacer se disponen según dos conjuntos. El crítico, que utiliza el principio de trastocamiento, pretende acercar las formas de exclusión, de delimitación, de apropiación; muestra cómo se han formado, para responder a qué necesidades, cómo se han modificado y desplazado, que coacción han ejercido efectivamente, en qué medida se han alterado. Por otra parte, el conjunto genealógico que utiliza los otros tres principios: cómo se han formado, por medio, a pesar o con el apoyo de esos sistemas de coacción, de las series de los discursos; cuál ha sido la norma específica de cada una, y cuáles sus condiciones de aparición, de crecimiento, de variación.


[1] Foucault lo plantea como parte del campo metodológico de la historia.
[2] Resumen a grandísimos rasgos