viernes, 12 de julio de 2013

Engels, F.: Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.



LUDWING FEUERBACH Y EL FIN DE LA FILOSOFÍA CLÁSICA ALEMANA
I.                     
Engels quiere mostrar su actitud, y la de Marx, ante la filosofía hegeliana, cómo les ha servido de punto de partida y cómo se separaron de ella.
Se enmarca en el período de la preparación de Alemania para la revolución de 1848. En Alemania la revolución filosófica fue el preludio de la política.
Para Hegel todo lo real es racional, y todo lo racional es real. En su doctrina el atributo de la realidad sólo corresponde a lo que a demás de existir es necesario.
Todo lo que es real, en los dominios de la historia humana, se convierte con el tiempo en irracional, lleva en sí de antemano el germen de lo irracional. Y todo lo que es real en la cabeza del hombre se halla destinado a ser un día real. Pero todo lo que existe merece perecer. En esto estribaba la verdadera significación y el carácter revolucionario de la filosofía de Hegel: daba en el traste con el carácter definitivo de todos los resultados del pensamiento y de la acción del hombre. En Hegel, la verdad residía en el proceso mismo del conocer, en la larga trayectoria histórica de la ciencia, que desde las etapas inferiores, se remonta a fases cada vez más altas de conocimiento.
La historia al igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un Estado perfecto, son cosas que solo pueden existir en la imaginación; por el contrario todos los estadíos históricos que se suceden no son más que otras tantas fases transitorias en el infinito proceso de desarrollo de la sociedad humana, desde lo inferior a lo superior. Todas las fases son necesarias y por lo tanto legítimas para la época y para las condiciones que las engendran; pero todas caducan y pierden su razón de ser, al surgir condiciones nuevas y superiores, que van madurando poco a poco en su propio seno. Esta filosofía dialéctica acaba con todas las ideas de una verdad absoluta y definitiva y de estados absolutos de la humanidad, congruentes con aquella. No existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve su carácter perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer.
Tiene un lado conservador en cuanto que reconoce  la legitimidad de determinadas fases sociales y de conocimiento para su época y bajo sus circunstancias.
La contradicción se presenta así. Al final de toda la filosofía no hay más que un camino para producir semejante trueque del fin en el comienzo: decir que el fin de la historia es el momento en que la humanidad cobra conciencia de esta misma idea absoluta y proclamar que esta conciencia de la idea absoluta se logra en la filosofía Hegeliana. Más, con ello, se erige en verdad absoluta todo el contenido dogmático del sistema de Hegel, en contradicción con su método dialéctico, que destruye todo lo dogmático; con ello, el lado revolucionario de esta filosofía queda asfixiado bajo el peso  de su lado conservador hipertrofiado.
Hegel parecía más bien inclinarse en conjunto del lado conservador. Hacia fines de la década del 30 la escisión de la escuela Hegeliana fue haciéndose cada vez más patente. El ala izquierda, los llamados jóvenes hegelianos, trataban de terminar con la religión heredada y con el estado existente.
La masa de los jóvenes hegelianos se vieron envueltos en un conflicto con su sistema de escuela. Mientras que para el materialismo lo único real es la naturaleza, en el sistema hegeliano ésta representa tan sólo la enajenación de la idea absoluta, algo así como una degradación de la idea; en todo caso, aquí el pensar y su producto discursivo, la idea, son lo primario, y la naturaleza lo derivado, lo que en general solo por condescendencia de la idea puede existir. Y alrededor de esta contradicción no paraban de dar vueltas.
Fue entonces cuando apareció La Escencia del Cristianismo,  de Feuerbach. Esta obra pulverizó de golpe la contradicción, restaurando de nuevo en el trono, sin más amagues, al materialismo. La naturaleza existe independientemente de toda la filosofía; es la base sobre la que crecieron y se desarrollaron los hombres, que son también de suyo, productos naturales; fuera de la naturaleza y de los hombres, no existe nada, y los seres superiores que nuestra imaginación religiosa ha forjado no son más que otros tantos reflejos fantásticos de nuestro propio ser. El maleficio quedaba roto; el sistema saltaba hecho añicos y se le daba de lado. Y la contradicción, como solo tenía una existencia imaginaria, quedaba resuelta. Solo habiendo vivido la acción liberadora de este libro, podría formarse una idea de ello. El entusiasmo fue general: al punto se hicieron Feuerbachianos. Con qué entusiasmo saludó Marx la nueva idea y hasta qué punto se dejó influir por ella, puede verse leyendo la Sagrada Familia.
Feuerbach rompió el sistema y lo echó sencillamente a un lado. Mientras tanto vino la revoución de 1848 y echó a un lado a toda la filosofía.
II.
El gran problema cardinal de toda la filosofía, especialmente la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser. Los filósofos que afirmaban el carácter primario del espíritu frente a la naturaleza, y or lo tanto admitían, en última instancia, una creación del mundo bajo bajo una u otra forma formaban en el campo del idealismo. Los otros, los que reputaban la naturaleza como lo primario, figuran en las diversas escuelas del materialismo.
Este problema también guarda otro aspecto. ¿Es nuestro pensamiento capaz de conocer el mundo real; podemos nosotros en nuestras ideas y conceptos acerca del  mundo real, formarnos  una imagen refleja exacta de la realidad? Se trata del problema de la identidad entre el pensar y el ser y es contestada afirmativamente por la gran mayoría de los filósofos. Hegel afirma que lo que el hombre conoce del mundo real es su contenido discursivo.
Pero hay otra serie de filósofos que niegan la posibilidad de conocer el mundo, o por lo menos de conocerlo de un modo completo. Kant y Hume son ejemplos.
Lo que Feuerbach añade de materialista, tiene más de ingenioso que de profundo. Su trayectoria es la de un hegeliano que marcha hacia el materialismo. Que al llegar a una determinada fase supone una ruptura total con el sistema idealista de su predecesor. Por fin le gana con fuerza irresistible la convicción de que la existencia de la idea absoluta anterior al mundo, que preconiza Hegel, la preexistencia de las categorías lógicas antes que hubiese un mundo, no es más que un residuo fantástico de la fe en un creador ultramundano. De que el mundo material y perceptible por los sentidos, del que formamos parte también los hombres, es lo único real y de que  nuestra conciencia y nuestro pensamiento, por muy sepersensuales que parezcan, son el producto de un órgano material, físico, el cerebro. La materia no es producto del espíritu: el espíritu mismo no es más que el producto supremo de la materia. Esto es materialismo puro. Al llegar aquí, Feuerbach se atasca. No acierta al sobreponerse al prejuicio rutinario, no contra la cosa, sino contra el nombre de materialismo.
No confundir idealismo con la persecución de fines ideales.
III.
Donde el verdadero idealismo de Feuerbach se pone de manifiesto es en su filosofía de la religión y en su ética. Feuerbach no pretende, en modo alguno, acabar con la religión; lo que él quiere es perfeccionarla. La filosofía misma debe disolverse en la religión.
La religión es para Feuerbach, la relación sentimental, la relación cordial de hombre a hombre, que hasta ahora buscaba su verdad en un reflejo fantástico de la realidad y ahora la encuentra, directamente, sin intermediario, en el amor entre el Yo y el Tú. Por ende, en Feuerbach, el amor sexual acaba siendo una de las formas supremas, sino la forma culminante, en que se practica su nueva religión.
El idealismo de Feurbach estriba aquí en que para él las relaciones de unos seres humanos con otros, basadas en la mutua afección, no son pura y sencillamente lo que son de suyo, sin retrotraerlas en el recuerdo a una religión particular, que también para él forma parte del pasado, sino que adquieren su plena significación cuando aparecen consagradas con el nombre de religión. La palabra religión significa unión, toda unión de dos seres humanos es una religión. Estos malabarismos etimológicos son el último recurso de la filosofía idealista.
La afirmación de Feuerbach de que los períodos de la humanidad sólo se distinguen unos de otros por los cambios religiosos es absolutamente falsa.
La única religión que Feuerbach investiga seriamente es el cristianismo, la religión universal del Occidente, basada en el monoteísmo. Feuerbach demuestra que el dios de los cristianos no es más que el reflejo fanástico, la imagen refleja del hombre. Pero este Dios es, a su vez, el producto de un largo proceso de abstracción, la quinta escencia concentrada de los muchos dioses tribales y nacionales que existían antes de él.
Para él las  relaciones entre los hombres solo tienen un aspecto: el de la moral. Y aquí vuelve a sorprendernos la pobreza asombrosa de Feuerbach, comparado con Hegel. En este, la ética o la teoría de la moral, es la filosofía del Derecho y abarca: 1) l derecho abstracto; 2) la moralidad; 3) la ética que engloba la familia, la sociedad, y el Estado. Aquí, todo lo que tiene de idealista la forma, lo tiene de realista el contenido. Por la forma Feuerbach es realista, arranca del hombre; pero como no nos dice ni una palabra acerca del mundo en quee vive, este hombre sigue siendo el mismo hombre abstracto que llevaba la batuta en la filosofía de la religión.
La moral de Feuerbach está cortada a la medida de la actual sociedad capitalista, aunque su autor no lo quisiese ni lo sospechase. El amor es en Feuerbach el hada maravillosa que ayuda a vencer siempre y en todas partes las dificultades de la vida práctica; y esto, en una sociedad dividida en clases, con intereses diariamente opuestos. Es el ensueño de la reconciliación universal.
A la teoría de la moral de Feuerbbach le pasa lo que a todas sus predecesoras. Está calculada para todos los tiempos, todos los pueblos y todas las cicunstancias; razón por la cual no es aplicable nunca ni en parte alguna, resultando tan impotente frente a la realidad como el imperativo categórico de Kant. La verdad es que cada clase y hasta cada profesión tienen su propia moral.
Pero ¿Cómo fue posible que el impulso gigantesco dado por Feuerbach resultase tan infecundo en él mismo? Sencillamente porque Feuerbach no logra encontrar la salida del reino de las abstracciones, hacia la realidad viva. Pero el paso que no dio había que darlo; había que sustituir el culto del hombre abstracto, médula de la nueva religión, por la ciencia del hombre real y de su desenvolvimiento histórico. Este desarrollo lo inicia Marx en La Sagrada Familia.
IV.
Feuerbach se quedó a mitad de camino, por abajo era materialista y por arriba idealista; no venció críticamente a Hegel, sino que se limitó a echarlo a un lado como inservible, mientras, que él mismo, frente a la riqueza enciclopédica del sistema hegeliano, no supo aportar nada positivo, más que una ampulosa religión del amor y una moral pobre e impotente.
Pero de la descomposición de la escuela hegeliana brotó otra corriente, la única que ha dado verdaderos frutos, y esta corriente va asociada primordialmente al nombre de Marx. Aquí se tomaba realmente en serio la concepción materialista del  mundo y se la aplicaba consecuentemente a todos los campos posibles del saber.
Esta corriente tomó el método dialéctico de Hegel. Pero bajo su forma hegeliana resultaba inservible. Allí es autodesarrollo del concepto. Ellos se tomaron las posiciones materialistas y volvieron a ver en los conceptos de sus cerebros las imágenes  de los objetos reales, en vez de considerar a éstos como imágenes de tal o cual fase del concepto absoluto.
Con esto la propia dialéctica del concepto se convertía simplemente en el reflejo consciente del movimiento dialéctico del mundo real, lo que equivalía a poner la dialéctica hegeliana cabeza abajo; o mejor dicho, a invertir la dialéctica que estaba cabeza abajo, o mejor dicho, a invertir la dialéctica que estaba cabeza abajo, poniéndola de pie.
Hay sobre todo tres grandes descubrimientos que han dado impulso gigantesco a los conocimientos acerca de la concatenación de los procesos naturales. El 1º es el de la célula. 2º la energía. 3º la prueba concreta de la evolución.
La historia del desarrollo de la sociedad difiere sustancialmente, en un punto, de la historia de la naturaleza. En éste los factores que actúan los unos sobre los otros y en cuyo juego mutuo s impone la ley general, son todos agentes inconscientes y ciegos. De cuanto acontece en la naturaleza, a nada se llega como a un fin propuesto de antemano y consciente. En cambio en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de consciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin propuesto. Pero rara vez acaece lo que se  desea, y en la mayoría de los casos muchos fines propuestos se entrecruzan unos con otros y se contradicen, cuando no son de suyo irrealizables. Las colisiones entre las innumerables voluntades y actos individuales crean en el campo de la historia un estado de cosas muy análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los fines de los actos son obra de la voluntad, pero los resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo son, y aún cuando parezcan ajustarse de momento al fin propuesto, a la postre encierran consecuencias  muy distintas a las propuestas. Por eso, en conjunto, los acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. Pero allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes.
Los hombres hace su historia, la resultante de estas numerosas voluntades es la historia.
Hay que indagar en las causas determinantes que se reflejan en las cabezas de las masas que actúan y en las de sus jefes como móviles conscientes de un modo claro o confuso, en forma directa o bajo un ropaje ideológico e incluso divinizado: he aquí el único camino que puede llevarnos a descubrir las leyes por las que se rige la historia en conjunto, al igual que la de los distintos períodos y países. Todo lo que mueve a los hombres tiene que pasar necesariamente por sus cabezas; pero la forma que adopte dentro de ellas depende mucho de las circunstancias.
En la historia moderna queda demostrado que todas las luchas políticas son luchas de clases y que todas las luchas de emancipación de clases, pese a su inevitable forma política, pues giran en torno a la emancipación económica. Aquí el Estado, el régimen político, es el elemento subalterno, y la sociedad civil, el reino de las relaciones económicas, el elemento decisivo.
Lo que interesa conocer es de dónde proviene la voluntad del Estado. Si se indaga esto, se ve que en la historia moderna, la voluntad del Estado obedece, en general, a las necesidades variables de la sociedad civil, a la supremacía de tal o cual clase, y, en última instancia, al desarrollo de las fuerzas productivas y de las condiciones de intercambio.