viernes, 12 de julio de 2013

Laclau, E.: Misticismo, retórica y política



MUERTE Y RESURRECCIÓN DE LA TEORÍA DE LA IDEOLOGÍA
I
Zizek describe los enfoques contemporáneos (sobre ideología) sobre la base de su distribución en torno a tres ejes identificados por Hegel como doctrina creencia y ritual, es decir:
Ideología como un complejo de ideas (teorías convicciones, creencias, procedimientos argumentativos); ideología en su externalidad, como aparatos ideológicos del Estado; y finalmente, el domino más elusivo, la ideología espontanea que opera en el corazón de la propia realidad social.
Da como ejemplo el liberalismo: doctrina materializada en rituales y aparatos, y activa en la auto-experiencia espontanea de los sujetos como individuos libres.
En los tres casos Zizek encuentra una asimetría esencial de desarrollo: la frontera que separa lo ideológico de lo no ideológico se desdibuja y, como resultado, se produce una inflación del concepto de ideología que pierde, de tal modo, toda precisión analítica. Como sistema de ideas, la unidad del sistema depende de la posibilidad de encontrar un punto externo a sí mismo a partir del cual una crítica de la ideología pueda verificarse.
Pero como Zizek lo muestra con ejemplos es el grado cero de lo ideológico de esta presunta realidad extra-discursiva lo que constituye la falsedad por excelencia de la ideología. En el caso de los aparatos ideológicos del estado encontramos versiones simétricas de la misma petitio principi. Y el caso es aún más claro si pasamos al campo de las creencias: aquí, desde el mismo comienzo, nos encontramos confrontados por una realidad presuntamente extraideológica cuya operación dependen de mecanismos que pertenecen al reino ideológico.
Aquí Zizek detecta correctamente la fuente principal del progresivo abandono de la ideología como categoría analítica: esta noción pasa a ser demasiado potente, comienza a abrazar todo, incluso el muy neutral fundamento extra-lógico que había de proveer el patrón por medio del cual se mediría la distorsión ideológica. O sea: ¿no es el resultado, en última instancia, del análisis del discurso el que el orden del discurso como tal sea inherentemente ideológico?
La teoría de la ideología murió como resultado de su propio éxito imperialista. Estamos asistiendo a la expansión indefinida de un objeto teórico, resultante de la explosión de aquellas dicotomías que la enfrentaban con otros objetos.
Si el punto de vista extra-ideológico es inalcanzable, dos efectos se siguen necesariamente:
  1. Todos los discursos que organizan las prácticas están al mismo nivel y son a la vez inconmensurables los unos con los otros.
  2. Nociones tales como distorsión y falsa representación pierden todo sentido.
Hay que considerar razones de las declinaciones del enfoque “crítica de la ideología”, enfoque que ha sido considerado en sus términos más puros por el marxismo clásico.
La base fundamental de tal crítica ha sido el de postular un punto a partir del cual la realidad hablaría sin mediaciones discursivas. La positividad e inteligibilidad de tal punto es lo que da su justificación al conjunto de la operación crítica. La crítica de tal enfoque comienza con la negación de un tal nivel meta-lingüístico, con el mostrar que los movimientos retórico-discursivos de un texto son irreducibles y que, como consecuencia, no hay un fundamento extra-discursivo aa partir del cual una crítica de la ideología podría iniciarse.
Lo que no es percibido usualmente es que la crítica de la ideología puede avanzar en dos sentidos diferentes que conducen a resultados contradictorios. El primero conduce a lo que podríamos llamar un nuevo positivismo y objetivismo. Si abandonamos enteramente la noción de distorsión y afirmamos que hay solamente discursos inconmensurables, transferimos simplemente la noción de una positividad plena del fundamento extra-discursivo. La transferencia mantiene enteramente la idea de una positividad plena y pasamos de un positivismo naturalista a uno fenomenológico.
Pero si lo que afirmamos es que la noción de un punto de vista extra-discursivo es la ilusión ideológica por excelencia, la noción de distorsión no es abandonada sino que pasa a ser la herramienta central en el desmantelamiento de toda operación metalingüística. Lo que es nuevo en este desmantelamiento es que lo que constituye ahora una representación distorsionada es la noción misma de un cierre extra-discursivo. El concepto de distorsión debe ser reformulado. Y por el momento digamos que esta reformulación es el punto de partida de la posible re-emergencia de una noción de ideología que no esté obstaculizada por los problemas inherentes a una teorización esencialista.
En Althusser la ideología es eterna. Y la ideología se constituye a sí misma como objeto a través de su oposición a la ciencia: nos enfrentamos con un no-reconocimiento necesario, independiente de todo tipo de configuración social. Pero en tal caso, lo que es objeto de un no-reconocimiento es el principio de la estructuración social como tal, el cierre operado por cualquier sistema simbólico. Y esto nos enfrenta con un nuevo problema: si el cierre como tal es lo que requiere un no-reconocimiento es la misma idea de cierra la que constituye la forma más alta del no-reconocimiento. O bien el no-reconocimiento puede ser reducido a una función objetiva por una mirada neutral, o bien esa mirada no es neutral sino parte del no-reconocimiento universal.
Es posible mantener una frontera nítida entre el cierre (la auto-reproducción de las relaciones sociales) y las formas necesarias de no-reconocimiento que lo acompañan sólo en la medida en que hay un punto de observación meta-lingüístico desde el cual el cierre se muestra así mismo sin ningún pasaje subjetivo a través del no-reconocimiento. Pero si la existencia de ese punto de observación es ilusoria, el no-reconocimiento contaminará el cierre; y dado que el no-reconocimiento, la distorsión es universal, su otro (el cierre, la auto-transparencia) pasa a ser la principal forma del no-reconocimiento. En tal caso, la distorsión es constitutiva de la objetividad social ¿Qué puede ser un tipo de distorsión que permanece como tal pese a que la distinción entre distorsión y lo que es distorsionado se eclipsa?
II
La noción de distorsión constitutiva es aparentemente una contradicción.
Lo que es esencial a la distorsión es:
  1. Que un sentido primario se presente como algo diferente de lo que es.
  2. Que la operación distorsiva tiene que ser de algún modo visible.
Si la operación distorsiva no dejara ninguna huella en su resultado, habría tenido pleno éxito en constituir un nuevo sentido. Pero de lo que se trata es de una distorsión constitutiva. Estamos a la vez postulando y negándolo. La única posibilidad lógica de mantener a la vez estas dos dimensiones es si el sentido original es ilusorio y la operación distorsiva consiste precisamente en crear esa ilusión.
Algo es originario en la medida en que no requiere ir fuera de sí mismo para encontrar el fundamento que lo constituye como tal; es auto-transparente en la medida en que sus dimensiones internas están entre sí en una relación de estricta solidaridad; y está cerrado en sí mismo en la medida en que el conjunto de sus “efectos” puede ser determinado sin necesidad de ir más allá del sentido originario.
Cada una de estas nociones requiere la presencia de las últimas a fin de realizar sus efectos. Y es precisamente ese sentido pleno el que es dislocado por la distorsión constitutiva.
Esto solamente mostraría que la dislocación es constitutiva, que la noción misma de un cierre metafísico debe ser puesta en cuestión. Pero la noción de distorsión implica algo más que la mera dislocación, y es que un ocultamiento de algún tipo tiene lugar en ella.
El acto de ocultamiento consiste en proyectar en esa identidad la dimensión de cierre de la que ella carece. Esto tiene dos consecuencias:
  1. El cierre está ausente. De lo que se trata es de a presencia de una ausencia, y la operación ideológica por excelencia consiste en atribuir esa imposible función de cierre a un contenido particular que es radicalmente inconmensurable con ella. La operación de cierre es imposible pero al mismo tiempo necesaria. El punto crucial consiste en comprender que es esta dialéctica entre necesidad e imposibilidad la que da a la ideología su terreno de emergencia.
  2. Esta dialéctica crea en toda representación ideológica (la ideología es una de las dimensiones de toda representación) una división insuperable que es estrictamente constitutiva. Por un lado, el cierre como tal, es imposible, y se muestra solo a través de su proyección en un objeto diferente de sí mismo. Por el otro, este objeto particular que encarna esta función, será deformado como resultado de esta función encarnante. El efecto ideológico consiste entonces en la creencia de que hay un ordenamiento social particular que aportará el cierre y la transparencia de la comunidad.
Lo que la distorsión ideológica proyecta en un objeto particular es la plenitud imposible de la comunidad. Sobre cómo la operación resulta visible, se debe profundizar en al dialéctica encarnación/deformación.
Comencemos con la deformación. Consiste en hacer un cierto contenido equivalente a un conjunto de otros contenidos. Equivalencia no significa identidad, cada una de estas transformaciones requiere algo de su propia identidad, y sin embargo el carácter puramente privativo de cada identidad es subvertido a través de su participación en la cadena equivalencial. Cada una de estas transformaciones es un nombre equivalente de la plenitud ausente de la comunidad. La relación entre identidades particulares y equivalencias es inestable. Todo depende de qué función habrá de prevalecer. Y lo mismo se aplica a la dimensión de encarnación: la representación de la plenitud de la comunidad no puede eliminar enteramente el particular a través del cual la encarnación se verifica. Se refiere a una plenitud ausente que utiliza a un objeto diferente de sí misma como medio de representación, en tanto que deformación se refiere a una relación de equivalencia entre objetos particulares. Una encarnación en el sentido en que la hemos descrito sólo puede operar a través de una deformación equivalencial.
Lo específico de la equivalencia es la destrucción del sentido a través de su misma proliferación. El dilema es claro: el cuerpo encarnante tiene que expresar algo distinto de sí mismo, pero como este algo distinto carece de identidad propia, sus únicos medios de constitución son los contenidos pertenecientes al cuerpo encarnante.
La lista mediante la cual intento definir el sentido de un término a través de una enumeración equivalencial puede expandirse indefinidamente. Esta expansión consiste, aparentemente en un enriquecimiento del sentido, pero lo que este enriquecimiento logra es exactamente lo opuesto: si tengo que especificar lo que todos los eslabones de la cadena equivalencial tienen en común, cuanto más la cadena se expanda, tantos más rasgos diferenciales de cada uno de los eslabones tendrán que ser eliminados a los efectos de mantener  vivo aquello que la cadena equivalencial intenta expresar.
Podríamos expresar esto en términos ligeramente diferentes diciendo que cada uno de los eslabones de la cadena equivalencial nombra algo diferente de sí mismo, pero que este nombrar solo tiene lugar en la medida en que el eslabón es parte de la cadena. Es por esta razón que hemos hablado de destrucción del sentido a través de su misma proliferación. Esto hace posible entender la relación precisa entre significantes vacíos y flotantes.
En el caso del ste flotante tendríamos un exceso de sentido, mientras que el ste vacío sería por el contrario, un ste sin significado. El carácter flotante de un ste es la única forma fenoménica de su vacuidad. Democracia.
La relación entre ste y sdo tiene que ser indefinida. Pero además requiere: 1) que el término flotante se articule diferencialmente a cadenas discursivas opuestas. 2) que el término flotante funcione no sólo como componente diferencial sino también equivalencial respecto de los otros componentes de la cadena. El flotamiento de un término y su vaciamiento son las dos caras de la misma operación discursiva.
Todo esto conduce a una conclusión inevitable: entender el trabajo de lo ideológico dentro del campo de las representaciones colectivas es lo mismo que entender esta lógica de la simplificación del terreno social que hemos denominado equivalencia y sus dos operaciones centrales: el flotamiento y el vaciamiento. Ilustraremos con tres ejemplos históricos.

Ej.: Bienestar del pueblo. Salud, alojamiento, educación, etc., constituyen una cadena equivalencial que construye esa noción.
Expandir la lista puede parecer un enriquecimiento, pero lo que se logra es lo opuesto, cuando más la cadena se expande, tantos mas rasgos diferenciales de cada uno de los eslabones tendrán que ser eliminados a los efectos de mantener vivo aquello que la cadena equivalencial intenta expresar.
Por esta razón se habla de destrucción del sentido a través de su proliferación. Esto hace posible entender la relación precisa entre significantes vacios y flotantes. Significante flotante = exceso de sentido; Significante vacío = significante sin significado.
Ej. Manifestación en Praga, gente con carteles con las inscripciones Verdad y Justicia.
Dos términos pueden estar dentro de una estructura discursiva en dos tipos opuestos de relación: de combinación, donde se diferencian entre ellos; de sustitución, en donde se reemplazan. Este último es el caso de una relación de equivalencia.
Un contenido particular puede representar o encarnar la plenitud ausente de la comunidad, solo en la medida en que entra en relación de equivalencia con otras particularidades. El efecto de esta lógica es empobrecer el sentido.
Moralidad gruesa = conjunto completo de principios morales de un grupo; está enclavada en la totalidad de sus prácticas culturales.
Moralidad fina = núcleo ultimo de principios morales que hace posible las evaluaciones y la comprensión transculturales.
La moralidad en sus inicios es siempre gruesa.
La distinción entre lo fino y lo grueso solo puede ser interna a una cultura gruesa, y es probable que sea diferente en distintas culturas.
En los procesos de globalización se dan cadenas cada vez más extendidas de equivalencias y, de este modo, se expande la moralidad fina.
Los contenidos de la moralidad fina, lejos de ser permanentes, necesitan ser permanentemente negociados.
Esta operación de atribuir a una cadena de contenidos la función de representar la plenitud ausente de la comunidad es ideológica.
Una cadena particular de contenidos representa un objeto imposible, pero esta encarnación es solamente posible en la medida en que una relación equivalencial subvierta el carácter diferencial de cada eslabón de la cadena. La distorsión tiene que ser constitutiva porque el objeto representado es, a la vez, imposible y necesario.
III
IV
Extender hasta su extremo la lógica de la equivalencia. Me refiero al misticismo. Hemos hablado de la necesidad de representar un objeto que  trasciende toda representación. Este es en su forma más pura problema del místico. El aspira a dar expresión al contacto directo con dios.
El símbolo místico es la representación expresable de algo que está más allá de la esfera de la expresión y la comunicación, una esfera cuyo rostro está, vuelto hacia su interior y distante de nosotros. No significa ni comunica nada, pero hace transparente algo que está más allá de toda expresión.
Ahora ¿cómo es posible expresar lo inexpresable? Solo si se encuentra una cierta combinación de términos en la que cada uno de ellos es privado de su sentido particular. Ya conocemos la forma en que esto es posible: a través de la equivalencia.
El efecto místico de la plegaria se obtiene por una reiteración equivalencial que destruye todo sentido diferencial de los atributos del señor.
V
La tesis que estamos intentando defender es que este doble movimiento que encuentra su forma extrema en el misticismo –es decir, la encarnación y deformación de contenidos particulares a través de la expansión de lógicas equivalenciales- está en la raíz de todo proceso ideológico, comprendidas las ideologías políticas.
VI
La crisis de la noción de ideología estuvo ligada a dos procesos conectados entre sí: la  declinación del objetivismo social y la negación de la posibilidad de un punto de mira metalingüístico que hubiera permitido desenmascarar la distorsión ideológica. La ideología había sido considerada como un nivel de la totalidad social. Esta concepción entró en crisis una vez que se entendió que los mecanismos ideológicos eran esenciales para la estructuración de los niveles económico y político. Esto condujo a la inflación del concepto. El término discurso resultó menos ambiguo para expresar una concepción del vínculo social que fuera más allá del objetivismo y el naturalismo.
La historia de la segunda concepción de ideología, la que se liga a nociones tales como conciencia falsa o distorsionada, ha sido diferente en cuanto, si bien la operación de desenmascaramiento no es ya considerada como posible, se dio una creciente atención a los mecanismos de distorsión,  en la medida en que ellos crean la ilusión de un cierre que es indispensable para la constitución del vínculo social. Es el estudio de los mecanismos que hacen posible esa ilusión el que constituye el campo específico de una teoría contemporánea de la ideología.
Dijimos antes que estos mecanismos giran en torno a las formas de representación de un objeto que es a la vez necesario e imposible. Esto es lo que está en la base de la distorsión constitutiva que explica la operación ideológica. Ella consiste en un doble proceso por el cual existe una relación de dependencia mutua entre el cierre como operación imposible y la particularidad del objeto que la encarna (relación en la cual cada polo limita parcialmente los efectos del otro). La equivalencia deforma y subvierte la particularidad de cada uno de sus eslabones.
Lo que debemos agregar ahora es lo que acontece si consideramos el proceso desde el ángulo opuesto: es decir los efectos, en la estructuración de la cadena, de los restos de particularidad que siguen operando en el interior de aquella. Estos restos son absolutamente esenciales para cualquier equivalencia ya que si no estuvieran presentes, la cadena se resolvería en una simple identidad entre sus eslabones.
Una vez que se encarna en ciertas demandas pasa a estar aprisionada por ellas y no puede circular libremente. Los restos de particularidad de los eslabones de la cadena limitan sus posibles desplazamientos. Más aún: una cadena de equivalencias puede, en principio, expandirse indefinidamente, pero una vez que sus eslabones centrales han sido establecidos, esta expansión encuentra ciertos límites. Ciertos eslabones nuevos pueden simplemente ser incompatibles con los restos de particularidad que ya forman parte de la cadena.
Lo más importante es que esta deformación no opera sin obstáculos. Hay una resistencia del sentido ya establecido que obstaculiza las equivalencias nuevas.
Es a través de la operación de este movimiento doble y contradictorio que la ilusión de cierre se construye discursivamente. Esto nos muestra las condiciones teóricas en que el fin de lo ideológico podría tener lugar.